Estados Unidos

La farsante

La Razón
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Estudió para presidente y en su mano está arruinarse. Hillary Clinton, rodeada de esquilaches, recibió el otro día la visita de los detectives del FBI. Dicen sus colaboradores que la doña largó de forma voluntaria y no encontraron nada. Como si fuera posible, o presentable, que la candidata a dirigir el país saliera a por tabaco y chulease a los agentes Mulder y Scully. EE UU ausculta cada uno de sus pasos. Su caudal de experiencia va en un saco cosido a cicatrices. A ojos del respetable, tiene la calidez de un tenedor y la palabra de un vendedor del desguace. Más le vale revertir semejantes baldones abriéndose en canal. Un informe reciente, que hacía cuenta de lo publicado sobre ella durante 2015, corrobora que protagonizó más noticias negativas que cualquiera de sus rivales, incluidos Trump, Sanders y Cruz. Algunas justificadas y otras menos. Existe un placer culpable, casi prohibido, en desenfundar el teclado para llenarle el expediente de escándalos, el moño de tierra y la blusa de guano. De poco vale que el Congreso, tras una investigación de dos años y siete millones de dólares, la haya exonerado en el asalto de la embajada estadounidense en Bengasi. Una vergüenza logística y un descalabro militar en el que murieron cuatro personas, incluido el embajador de EE UU. Un peritaje que reparte mandobles en todas las direcciones, de la CIA al Departamento de Defensa y el de Estado, pero que en el caso de Hillary no pasa de evidenciar el malestar por la falta de planificación. Suficiente para recibir otra ración de plomo. Tampoco Sanders, tozudo e iluminado, acaba de ofrecerse en misión de apoyo. En el choque hipotético entre el partido al que tanto ama y el ego propio, que mantiene bien iluminado en lo alto del pedestal, Sanders elige siempre aplaudirse. Acosada por un Trump en lengüetazo suicida, incapaz de engatusar a los jóvenes, opositora a notarías antes que heroína en una película de la Marvel, a Hillary la sostiene el puntal de los afroamericanos, que no olvidan, los latinos, espantados ante la perspectiva contraria, y el desagüe vivo por el que muere el partido rival, tan desorejado y patidifuso que eligió como caudillo a un bombero torero. Parece imposible que esta vez pierda el tren. No hay un Obama a la vista. Sin embargo, palabra de Michael Corleone, si existe algo seguro en esta vida, si la historia nos ha enseñado algo, es que es posible asesinar a cualquiera. En el caso de Hillary, no hay matarife más eficaz que la propia Clinton. Experta en autoflagelarse, necesita sortear el áspid de los correos electrónicos oficiales, que enviaba desde su servidor privado, antes de zambullirse en una campaña que irá por lo civil y lo criminal. Eso en el supuesto de que no aflore el chapapote ligado a su fundación, ricamente enjuagada, o que su insigne marido, tan carismático, no saque a pasear el sable de entrevistar becarias. De momento, parte del electorado canturrea con Juan Gabriel por mariachis el yo creí que eras buena, yo creí que eras sincera, yo te di mi cariño y resultaste traicionera.