Enrique López
La gran mentira
Finalizaba mi última columna recordando que Aristóteles decía que el castigo del embustero es no ser creído, aun cuando diga la verdad. El relato creado sobre la actuación policial el 1 de octubre está cimentado en un muro de mentiras, falsedades, engaños, calumnias y bulos. Vayan mis primeras palabras dirigidas a expresar mi respeto y solidaridad hacia todos los miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado, en este caso exclusivamente policías nacionales y guardia civiles, que han soportado y siguen soportando un injusto y despreciable ataque. Han sido objeto de una pérfida campaña que afortunadamente se ha desmontado. La mentira tiene las patas muy cortas y los más de 900 heridos se han ido disipando como una suerte de niebla que intentaba cubrir la verdad. No cabe duda de que en la guerra la primera víctima es la verdad y algo similar ocurre en Cataluña. Esta situación me recuerda un chiste de Gila, en el que una persona se dirigía a otra diciendo «¡deja de clavarme el cuchillo!», a lo que el agresor contestó «cuando dejes de llamarme asesino». En ocasiones el trasgresor necesita convertirse en víctima y para ello se inventa un relato en el que, como en este caso, no ha faltado de nada: imágenes de heridos con salsa de tomate, dedos rotos que se han curado milagrosamente en horas, la barbaridad de acusar a miembros de los cuerpos de seguridad de producir agresiones sexuales. En fin, una suerte de trapacerías que hacía mucho tiempo que no presenciábamos. Se está intentando trasladar al imaginario público otro día para el recuerdo colectivo en el que España ataca a Cataluña, una nueva historia de agravio análoga, salvando distancias, a los hechos acaecidos durante el llamado Corpus de sangre, una revuelta protagonizada por alrededor de un millar de segadores el 7 de junio de 1640, o al asalto Barcelona por más de cuarenta batallones borbónicos el 11 de septiembre de 1714. Ya ha nacido otra fecha para el recuerdo, pero la verdad se impone y la gran mascarada se ha neutralizado. El Estado de derecho y la ley para ser aplicados en ocasiones deben ir acompañados de la necesaria coerción ante actitudes desobedientes y claramente trasgresoras. Mas en esta aplicación no cabe dialogo. Para ello están los espacios políticos que han sido despreciados por los independentistas. Una frase de Maquiavelo que está circulando por la red es sumamente gráfica «el que tolera el desorden para evitar la guerra, tiene primero el desorden y después la guerra». En España, incluida Cataluña, la gente de bien no desea violencia alguna, pero no se puede admitir el desorden constitucional y público, nos va mucho en ello. Decía Hitler que las grandes masas sucumbirán más fácilmente a una gran mentira que a una pequeña. Me repugna recordar algo relacionado con semejante ser, pero tristemente sufro una suerte de forzada evocación. Decía Unamuno: «La opresión, una mentecatada. Hablar de nacionalidades oprimidas, perdonadme la fuerza, la dureza de la expresión, es sencillamente una mentecatada; no ha habido nunca semejante opresión, y lo demás es envenenar la Historia y falsearla». Qué razón tenía y tiene.
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