Moscú

La guerra ya está agendada

El 31 de agosto de 1963 entró en funcionamiento el «teléfono rojo», que en realidad no era rojo, ni tampoco un teléfono, sino una especie de teletipo con el que el presidente de Estados Unidos y el de la Unión Soviética se mantenían en contacto en los momentos de máxima tensión de la partida. De esta manera, uno y otro, Kennedy y Jruschov, podían jugar al póquer y hacer faroles que podían corregir con una llamada antes que el otro picase. Un año después, Stanley Kubrick rodó «¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú», la historia de cómo las dos potencias acaban con la humanidad por un error humano (siempre hay un loco de servicio), claro está. Recordarán la escena de aquel piloto de un B-52 que en el momento de arrojar su bomba atómica descubre que la trampilla se ha bloqueado y él mismo se lanza con gorro de vaquero montado sobre el proyectil, cabalgando hacia el objetivo final. El gran Peter Sellers dio vida, entre otros, al Dr. Strangelove, un asesor ex nazi que cuando la URSS puso en marcha su plan infalible llamado «Juicio Final» tuvo la brillante idea de proponer que un grupo de humanos, hombres y mujeres, se encerrasen en una mina durante cien años para procrear y asegurar la continuidad de la especie. Siempre hay alguien dispuesto a salvar a la humanidad. Pero ¿realmente valía la pena conservar esa especie?

Esta semana va a haber guerra, o casi. Ya está agendada, lo que nos alivia un poco porque, después de arrojar unos «tomahawk», Obama deberá acudir a Rusia a la reunión del G-20 y darle la mano a Putin, mientras con la otra se tapan la nariz, y luego tendrá que asistir a un baile benéfico con Michelle, o algo así. Desde la primera Guerra del Golfo, en que salió victoriosa la CNN, lo único que está en juego son los avances en la ciencia de la información. Si aquella fue una guerra indolora basada en la estética del videojuego, de ésta sabemos que iremos todos montados en el misil como el mayor T.J. King Kong, o más exactamente, viendo cómo explota en su objetivo final.