Alfonso Ussía
La herencia del almirante
Entre tanta corrupción y codicia desmesurada nada más reconfortante que disfrutar de la decencia. Me explico. No recordaba tanta emoción libre y reunida que la sentida en el funeral por el alma del almirante –contralmirante era– José Ignacio González-Aller, «Sisiño» para sus innumerables amigos y compañeros. Lo conocí en Cartagena, en casa del almirante García-Lomas, en una nevegación con Don Juan De Borbón a bordo del «Giralda». «Sisiño» era el Jefe de Estado Mayor de la Zona Marítima del Mediterráneo. Una inteligencia y cultura asombrosas. Una simpatía y humanidad arrolladoras. Se sabía siete historias de España diferentes, siempre resumidas en la mar. La versión española, la inglesa, la francesa, la portuguesa, la norteamericana... Naturalidad y sabiduría que parecían estallar en el cuerpo de aquel gran marino. Los González-Aller conforman una de las grandes sagas de nuestra Armada. Diez marinos juntos y alguien que pregunta:–¿Algún González-Aller?–; y nunca falla. Entre los diez, dos o tres llevan el apellido. Saga como la de los Gamboa, los Sánchez-Barcáiztegui, los Moreno de Alborán, los Lapique, los Leste, los Cervera... Generaciones de patriotismo y honradez. Cuando a «Sisiño» le llegó la hora del retiro, el entonces Almirante Jefe del Estado Mayor de la Armada, Carlos Vila, también cultísimo, pero menos brillante en sus exposiciones, le nombró Director del Museo y del Instituto de Historia y Cultura Naval. Los maravillosos fondos de nuestro Museo Naval los manejó, distribuyó y expuso «Sisiño» de tal manera, que se convirtió –ya lo era pero no lucía como tal– en el más importante del mundo. Los ingleses y franceses compiten, pero el nuestro triunfa. Con Antonio González-Aller, almirante, y siendo el Jefe del Arsenal del Ferrol el almirante Santiago Bolívar Piñeiro, acompañé en un viaje inolvidable a «Sisiño» al Ferrol. Se daban los últimos toques al portaeronaves «Rey Juan Carlos I» y visitábamos después la fragata «Juan de Borbón» cuyo comandante era el capitán de Fragata Benigno González-Aller, hijo de «Sisiño». No volví a verlo. Falleció entre los suyos plenamanete consciente de su última singladura, con Dios y la Virgen del Carmen presentes en su inesperada agonía.
En su funeral no cabía un alma. Los hombres buenos dejan muchas huellas y hondas ausencias. Y allí estaban sus hijos. Recibían su herencia de honor. Cuando el Coro del colegio Aldovea entonó la «Salve Marinera» – maravillosa interpretación, por cierto–, todos los que llenábamos la iglesia del Espíritu Santo compartimos un mismo nudo en la garganta y las mismas lágrimas en nuestros ojos. Se había marchado un español ejemplar, un marino, un patriota, un marido volcado en la enfermedad de las nubes que padece su mujer, un padre entregado a sus hijos, un abuelo formidable... Y sobre todo, un generoso creador de nuestra cultura y de nuestra Historia. Le hubiera hecho feliz ver, allí junto a su Cuartel General, el monumento a don Blas de Lezo, el vasco cojo, tuerto y manco –el «Medio Hombre»–, que venció a la Armada británica al mando del Almirante Vernon en el asedio a Cartagena de Indias. Rotunda fue la derrota de la potentísima escuadra inglesa, y tan caballeroso el trato que recibió Vernon de Lezo, que al término de su cautiverio regaló al vasco general de Pasajes una pareja de pistolas que «Sisiño» consiguió para el Museo Naval en complicidad con la generosidad del marqués de Tabalosos. Porque «Sisiño» como él decía, como Director del maravilloso Museo Naval por él reiventado, «era un simple mendigo que pedía ayuda para enriquecerlo».
Y ésa es su herencia. A su mujer e hijos, la honra y la decencia, que no el dinero. A sus amigos, el orgullo de habernos considerado como tales. A los españoles, su Museo Naval realzado. A la Armada, su pasión y su orgullo de marino. Y a Dios y la Virgen del Carmen, el último y más emocionado de sus abrazos.
El sol ha caído, Almirante. Buenas noches.
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