Julián Cabrera
La hora de Madrid
Un par de semanas nos separan de esa más que esperada «fumata» de Buenos Aires en la que sabremos cuál será la ciudad elegida para albergar los Juegos Olímpicos de 2020. Después de que Madrid se haya mostrado, no sólo como la mayor garantía en el capítulo de infraestructuras, sino como la campeona inasequible al desaliento, llegamos a esta recta final con una sensible diferencia respecto a los dos intentos anteriores: sí hay magma de victoria y sí hay una sensación de no haber cometido los errores del pasado.
Es cierto que aunque no hemos escuchado sublimes majaderías como aquella pregunta del príncipe Alberto de Mónaco a nuestra representación olímpica a propósito de la seguridad frente a la amenaza del terrorismo etarra, ha habido que tomar mucha y muy buena nota de cómo afrontar los gustos y delicadezas de muchos miembros del comité olímpico, ya saben, eso de ir contando previamente cada voto ganado para la causa.
Estamos hablando de más doscientos mil empleos indirectos, de un presupuesto para los Juegos que se doblaría en las siete semanas de competiciones y de un aumento estratosférico del flujo turístico. Esto no es política ni estrategia partidista, es a lo que a todos se les llena la boca en llamar «interés general del país».
Madrid merece un esfuerzo nacional como el que arropó a Barcelona en el 92 y miserias de soberanismos mal entendidos aparte, el país merece un banderín de enganche para la recuperación económica, pero, sobre todo, los jóvenes merecen un nuevo concepto de éxito en el deporte que vaya más allá de los goles de Leo Messi, de las gestas de Nadal en tierra batida, o de los triunfos de Alonso en la Formula 1 o las canastas de Gasol en la NBA, que tampoco son cosa menor.
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