Alfonso Ussía

La hormiga

La Razón
La RazónLa Razón

Si algo me enturbia la felicidad es la obligación de volver a Madrid, que es mi ciudad y mi cuna. Y no por esas tonterías de la depresión post-vacacional y otras vainas. Sucede que Madrid me aburre, porque me obliga a hablar de cosas que durante mi estancia en el norte rechazo con contundencia. –¿Qué opinas de Puigdemont?–; –perdón, estoy de vacaciones–. En Madrid tengo que responder, y no es agradable. –Pues lo mismo que millones de españoles. Que es un delincuente, un golpista, un iluminado y un favorecido por la inacción del Gobierno de España–. Reconozcan que el aburrimiento que me amenaza es, como poco, atosigante.

También tiene sus ventajas el retorno. Lo primero que haré al llegar a Madrid será visitar a la hormiga que se pasea por el bellísimo rostro de la Dama de Elche en el Museo Arqueológico Nacional. A la Dama de Elche la he visitado en muchas ocasiones y siempre concluyo, después de admirarla, que su belleza y modernidad son indescriptibles. Pero jamás la he visto con hormiga viandante. Los de «Compromís» están que trinan, y han exigido al museo la devolución de la joya. Sin hormiga, claro. Los de «Compromís» aseguran que el Museo Arqueológico Nacional ha cometido fallos en todos los protocolos básicos y mínimos. Al tratarse de una hormiga, de fallar el protocolo, habrá sido el mínimo. De colarse un conejo en la urna de la Dama de Elche, el fallo hubiese sido básico. Más que básico, morrocotudo. Pero una hormiga insistente es muy capaz de encontrar el paso en cualquier urna, y la de marras lo ha demostrado con creces.

He consultado con diferentes formicólogos y todos coinciden. La solución no es complicada. Los expertos abren la gran urna que guarda a la Dama de Elche, y cuando sorprendan a la hormiga paseando por el collar de la noble señora, con mucho cuidado, se atrapa a la hormiga. Después de atraparla, y ya colocada la urna en su sitio, quedan dos opciones a elegir por los científicos. O depositar a la hormiga en el jardín del museo o proceder a despachurrarla mediante un seco y profesional pisotón. La segunda opción presenta algún inconveniente. Hay que solicitar un permiso especial al Partido Animalista, porque una hormiga tiene los mismos derechos que un oso, un lobo o una perdiz roja. Léanse el cuento «La Hormiguita Hacendosa» de Wladimir Goudunov, y se emocionarán con las cualidades que atesora una hormiguita. Si bien, depositarla entre los setos del jardín también tiene sus inconvenientes. Abundan las lagartijas. Nada gusta más para desayunar a una lagartija que una hormiguita sabia. En tal caso, habría que eliminar en presencia de los comisarios del Partido Animalista a las lagartijas hospedadas en el culto espacio ajardinado, y mantener con vida a la hormiguita. Cualquiera de las soluciones resulta hiriente y dolorosa.

El alcalde socialista de Elche, don Carlos González, ha pedido explicaciones al Ministerio de Cultura. Y el senador Mulet, de Compromís, ha exigido desde su brillante quehacer parlamentario, que le sea devuelta la Dama de Elche al pueblo valenciano, para «evitar –son sus palabras–, éstas situaciones ridículas». Mulet exige pero no se compromete. En el Reino de Valencia también hay hormigas. Que se lo pregunten a los turistas que comen paellas en los chiringuitos de la playa de la Malvarrosa. Llevarse del Museo Arqueológico Nacional a la Dama de Elche y exponerla a la especie de hormiga más depredadora de España, la «formica paellensis», no concuerda con la mesura cultural que caracteriza a los senadores de Compromís. Mejor una insignificante hormiguita madrileña, la «formica matritensis», que una hormiga valenciana, la «formica paellensis», capaz de terminar con el cuerpo de una gamba de Denia en menos que canta un gallo. Creo que la mejor solución es la de convocar una reunión en la cumbre presidida por el ministro de Cultura, a la que sean invitados el director del Museo Arqueológico Nacional, los más sabios formicólogos de España, dos representantes de PACMA, el director de la fundación «Salvemos a las lagartijas», el senador Mulet, el alcalde de Elche, y si queda un sitio en la mesa, un propietario de chiringuito playero en representación del sector. Con toda seguridad, alcanzarán el acuerdo que el grave caso precisa para que sean subsanados todos los errores cometidos hasta la fecha.

Eso sí, la solución tiene que ser valiente y decidida. Si hay que matar a la hormiga, se le da un pisotón y a otra cosa , mariposa. Si hay que sacrificar a las lagartijas, procédase a ello. Es constitucional. Y si hay que decirle al senador Mulet y al alcalde de Elche que se dejen de gilipolleces, se les dice y no pasa nada de nada.

Vuelvo a Madrid antes de que sea demasiado tarde.