Pedro Narváez
La hoz y el martillazo
Descubierta la trampa que fue el 25S -adoquines, latas de cerveza llenas de arena-, como ya publicó este periódico, una nueva denuncia -la de un policía golpeado en la cabeza por una maza- le lleva a uno a preguntarse si la aspiración radical es que las personas acaben convirtiéndose en martillos, como en aquel lisérgico vídeo de Pink Floyd en el que se entonaba otro ladrillo en el muro como crítica del capitalismo y otros desmanes de la vida moderna. Para hacer la revolución, hace falta tener ganas, pero para dar martillazos es necesario rencor y mala leche. El martillo, aparte de hacer pupa, es un símbolo de la violencia del siglo XX que ha traspasado el umbral del milenio. El martillazo precederá a la guillotina, será cuando los desharrapados aúpen a Robespierre al trono y rueden cabezas de cerdos y hasta de pollos que ya parecían decapitados y que sin embargo se movían. La horda botellón pretende cortar cabelleras de políticos o señores que lleven traje y se vistan por los pies, mientras busca héroes como el camarero que fue empresario con más espuma en la boca que cerveza en el barril del bar. Los políticos más a la izquierda se hacen el harakiri y le declaran su «amor fou» a los levantiscos. Como los norteamericanos en «Mars Attacks», piensan que los marcianos son sus amigos, y cuando estén entre las fauces del lobo aún creerán que les come Caperucita. Puede que el futuro se resuelva en un fin de semana y llegue la abundancia antes de irnos al cuerno. Pero puede también que los días venideros hagan buenos los que vivimos ahora. No serán los políticos y los supuestos ricos contra los que gritan ahora los más perjudicados, sino los que tienen menos y entonces no tendrán nada. Todos tendremos nuestra pizca de responsabilidad. Y eso no habrá juez que lo cambie.
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