Joaquín Marco
La mayoría silenciosa
Tenía razón la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría cuando aludió a la mayoría silenciosa que se había quedado en su casa en Cataluña el 11 de septiembre pasado, sin participar directamente en la cadena humana que unió la frontera francesa con la provincia de Castellón. Leí en alguna parte que la locución «mayoría silenciosa» fue divulgada por el presidente Nixon a raíz del «caso Watergate» y ha sido utilizada con frecuencia en el mundillo político. Pero desde aquella mayoría se han alzado voces con diversos tonos en la Prensa y en los medios que hacen prever la diversidad de dicha mayoría, compuesta de muchos matices en el caso de expresarse y abandonar su silencio. Cabe admitir sobre el acto que el despliegue humano y la organización misma fue un éxito rotundo. En toda Cataluña no hubo incidentes de ningún tipo. El propio presidente del Gobierno admitió que se realizó dentro de los límites constitucionales de la libertad de manifestación y expresión. Y, al respecto, uno sólo puede suscribir las palabras de Jordi Évole que desde «El Periódico» el pasado lunes 16 de septiembre escribía: «Los que creemos aún en los puentes entre Catalunya y España ya somos minoría. Y no me extraña tras todos los sinsabores vividos desde el gratuito «apoyaré» de Zapatero: un Estatut votado en referendo, aprobado por el Parlament, cepillado en el Congreso y luego inconstitucional.// Ahora en Cataluña lo que impera es exhibirse como independentista. A una amiga su hija de 9 años le preguntó por qué ellos no iban a lo de la cadena, que visto por la tele parecía muy guay. Porque la puesta en escena cívica, reivindicativa y festiva es indiscutiblemente atractiva». No es necesario presentar la figura de Évole para entender algo que cualquier miembro de aquella mayoría que no participó en el evento vive día a día. Se está produciendo en el seno mismo de la sociedad catalana una ruptura de difícil soldadura. No deja de ser significativo que los únicos políticos que mantienen el deseo de proseguir el diálogo oficialmente son los presidentes Rajoy y Mas, aunque éste se produzca exteriormente en forma epistolar, muy decimonónica.
Otro de los que ha salido a la palestra, del fondo de esta mayoría silenciosa, que está dejando de serlo, es el escritor Javier Cercas, que tampoco requiere presentación. Su texto, publicado el pasado domingo en «El País» es más doctrinal y navega en otras aguas. Doctrinal y, tal vez, más pesimista en el fondo, cuando escribe: «... es evidente que, con la ley actual en la mano, los catalanes no podemos decidir por nuestra cuenta si queremos la independencia, porque la Constitución dice que la soberanía reside en el conjunto del pueblo español». Cercas entiende que el llamado «derecho a decidir no es más que una argucia conceptual, un engaño urdido por una minoría para imponer su voluntad a la mayoría». Parte desde los programas electorales para concluir que en las pasadas y adelantadas elecciones catalanas tan sólo ERC y CUP se declaraban independentistas, pero CiU, aunque con el desapego relativo de Unió, ha jugado también en los últimos tiempos desde una perspectiva soberanista. La conclusión de Cercas es la de acudir a unas nuevas elecciones con partidos de posiciones muy claras a este respecto. Todo queda en el seno de un conglomerado impenetrable al que podemos o no calificar de mayoría, pero de ella brotan voces significativas con aportaciones a una posible solución. Pero corresponde, sin embargo, a los políticos concederles viabilidad. Un factor decisivo es el del tiempo. Sería un error considerar que su lentitud desalentaría al independentismo. Factores económicos y logísticos, que no se presentan, pueden alterar también el entusiasmo de muchos. No resulta cómodo un divorcio en el que uno de los cónyuges no está de acuerdo. Pero las actitudes anticatalanistas que pueden también observarse son, a mi entender, fruto de mucho desconocimiento. De ahí que posiciones dispares como las de Évole o Cercas puedan aclarar que no todo es radicalismo o pasotismo en el seno de una sociedad tan compleja como la catalana, plena en sí misma de contradicciones y dependiente no sólo de lo que decidan los políticos, sino de cuanto se mueve en el ámbito económico e industrial.
Joaquín Almunia ha avisado ya de las consecuencias de la independencia con respecto a la Unión Europea. Bien es verdad que hay vida al margen de la misma, pero resulta tan difícil entrar en ella como salir. Y los independentistas juegan a favor de permanecer en el seno de una Europa que, a la larga, podría convertirse también en una de las soluciones al problema, si se transforma en lo que se dio en llamar la Europa de las regiones, aunque éste es un sueño que estamos aún mucho más lejos de lograr. Para que aquellos puentes del diálogo que reclamaba el poeta Salvador Espriu se reconstruyan resulta necesaria también una voluntad de acercamiento a las posiciones catalanas. Esta mayoría silenciosa tampoco está de acuerdo con las intransigencias y la ignorancia del resto de España que constituye otra gran mayoría, por desgracia, también silenciosa. Esperemos que logre manifestar sus coincidencias con una Cataluña que, en su conjunto, se entiende como agraviada. La situación es mucho más grave, puesto que estamos atravesando una crisis económica que golpea a las clases más débiles: trabajadores y clase media. Pero los recortes que se producen se achacan a las medidas impopulares del Gobierno central. Hay que hilar muy delgado en este presente diálogo para no enconar actitudes que pueden producirse en los límites de los espectros políticos.
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