Luis Alejandre

La mentira mecánica

En nuestra actual sociedad, de la que no llego a saber si es líquida como la define Naumman o fluctuante y desorientada como la llaman otros pensadores y en la que tanto peso tiene la opinión pública, la mentira adquiere dimensiones colosales y puede llegar a tener efectos demoledores. Y no me refiero a la relatividad de los criterios que nuestro rico refranero popular resume en un: «nada es verdad ni mentira; todo depende del color del cristal con que se mira».

No. Me refiero a la mentira sistematizada, consciente, interesada, corrupta. Opino que en nuestra actual crisis de valores, la mentira pública tiene enormes responsabilidades. Está en la base de la pérdida de la lealtad, del compromiso, del sentido de la amistad, del concepto del honor y del mismo concepto actual del amor. ¡Luego nos estremecemos ante las estadísticas de maltratos, de rupturas, de corrupción, de deslealtades! Siempre aparecerá en el fondo una mentira.

Si en términos morales, religiosos, afectivos o familiares, mentir ya es perverso –no hay mentiras piadosas– en términos de opinión pública, mentir es para mí un delito, por mucho que políticamente se dé como natural el engaño, la ocultación, la promesa a priori incumplible.

Machado nos advirtió aquello de: «dijiste media verdad; dirán que mentiste dos veces, si dices la otra mitad». Hoy es muy difícil distinguir la media verdad de la media mentira, en insinuaciones malévolas, filtraciones interesadas, murmuraciones. Nuestras viejas Ordenanzas Militares ya lo advertían, conscientes del daño que podían producir éstas en una sociedad jerarquizada como la milicia: «no murmurar jamás, ni tolerarlo». ¡Sabios nuestros antiguos soldados!

Pero hoy se miente con reiteración mecánica, a sabiendas, buscando tergiversar la verdad que acaba no sólo diluida, sino también suplantada. ¡Cuántas mentiras repetidas mil veces acaban por pasar como verdades! El mal uso de las actuales redes sociales acaba creando una malla en la que quedan atrapadas como indefensos peces, las virtudes, las actitudes, los valores. Hoy, un twitter bien condimentado puede destrozar en minutos la vida familiar o la carrera política de un diputado o influir en una encuesta o en un resultado electoral; hoy un mal alumno puede poner en serios aprietos a un profesor riguroso, sin más armas que la amenaza de acoso o de maltrato psicológico.

La Historia está impregnada de engaños. No hace falta que les diga que algunos de ellos tuvieron consecuencias dramáticas para la Humanidad. Aun nos seguimos preguntando cómo Hitler pudo engañar a un pueblo culto como el alemán respecto a lo que se hacía en campos de exterminio, en un Holocausto que ni los más sanguinarios sátrapas de la historia fueron capaces siquiera de imaginar.

Tambien nosotros manoseamos la Historia. Quizás nuestra Real Academia debiera autorizar unas franquicias interpretativas, que permitiesen desahogar a los mentirosos profesionales, a interpretadores contaminados por intereses muy ligados al poder de turno. Manipulada desde hace décadas, no debe extrañarnos que hoy se manifieste en forma de actitudes nacionalistas excluyentes. De la misma forma que los fanáticos de los hornos crematorios habían sido educados en el odio a una raza. Muchos lo interpretaron como lección de historia; pero otros lo pusieron en práctica. La mentira hecha Holocausto.

Un siempre correoso y acertado Toni Bolaño, refería en este medio el pasado 26 de abril la burda manipulación de cifras con la que juega el nacionalismo catalán obsesionado por conseguir récords en el Libro Guinness. No sabíamos que batíamos a todo el mundo en disparos de «trabucaires» por metro cuadrado o por banderas colgadas en balcones por habitante, como no sabíamos que tras las siglas del Official World Record (OWR) hay un mangante condenado por asesinato hace 20 años, el que hizo tragar a una interesada clase política y a una opinión pública manipulada, que el pasado 11 de septiembre se lanzaron a la calle 1.600.000 catalanes.

En otros términos, se ha vendido a la opinión pública la mentira de que el Ejército actuó en la última guerra de Irak de manera ilegal. La verdad es que España no intervino en la guerra con un solo soldado. Terminada ésta, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en una Resolución –la 1511, punto 14– «instaba a los estados miembros a prestar asistencia en virtud del presente mandato de las NNUU, incluso fuerzas militares, a la fuerza multinacional...». El buen Embajador Inocencio Arias, uno de los quince miembros representantes del Consejo de Seguridad que aprobó la 1511, lo ha repetido mil veces. Pero la mentira caló en la opinión pública y sólo la disciplina y la confianza en sus mandos permitió que los soldados actuasen con normalidad y eficacia.

Recuerdo el inicio de aquella décima de uno de los poemas más conocidos y admirados de Fray Luis de León: «Aquí la envidia y la mentira me tuvieron encerrado».

Temo que hoy la mentira nos esté encerrando a todos.