Nacionalismo
La mirada de fuera
Un componente esencial de todo el movimiento independentista en Cataluña es la propaganda hacia el exterior. Los promotores de la representación, empezando por Puigdemont y Junqueras, se despiertan cada mañana pensando: el mundo nos mira, a ver qué gesto hacemos hoy para ponerlo de nuestro lado. Y enseguida, nada más llegar al despacho, preguntan a los responsables de la comunicación: ¿qué dicen por ahí afuera? La Generalitat cuenta con una impresionante maquinaria de propaganda, que da ciento y raya a los pobres servicios del Estado. Se trata de demostrar al mundo que Cataluña es un pueblo oprimido desde siempre por la cruel y retrasada España, cuyo placer consiste en la sanguinaria fiesta de los toros. Un Gobierno represor que utiliza la policía para reprimir violentamente a los pacíficos ciudadanos que acuden a votar; una Justicia que mete en la cárcel a pacíficos impulsores del separatismo porque lo ordena el Gobierno (naturalmente, en España no hay separación de poderes), y un presidente del Gobierno que se niega a negociar y rechaza el «diálogo sin condiciones» que le ofrece el pacífico e inocente presidente de la Generalitat. Todos los movimientos de los cabecillas de la insurrección van destinados, hasta ahora sin éxito, a conseguir la legitimidad de sus planes en el exterior. Ésa es la clave para entender lo que está pasando. Desde los victimistas términos de la respuesta de Puigdemont a la especie de hoy, propagada también por los descarriados y abducidos podemitas, de que en España hay presos políticos.
En esta impresionante maquinaria de propaganda lleva gastándose la Generalitat en los últimos años cientos de millones de euros, procedentes del bolsillo de todos los españoles. Una parte no desdeñable se queda en Òmnium y en la Asamblea Nacional, principales centros de movilización y agitación.
La extensa red del exterior, con «embajadas» bien abastecidas, la colocación y financiación de centenares de profesores adictos en Universidades extranjeras, sobre todo en Estados Unidos, la organización de congresos y miles de actividades culturales patrocinadas, la mayoría destinadas a falsificar interesadamente la historia, y las ayudas generosas a los medios de comunicación cercanos..., formando una gigantesca ola de corrupción, todo obedece al mismo propósito: la posverdad. «¡Europa nos mira!», «¡El mundo nos mira!», repiten a cada paso, henchidos de felicidad provinciana, los dirigentes independentistas, ninguno de los cuales destaca por su brillantez. Pero no se han enterado aún de que, a pesar de tanto esfuerzo costoso e inútil, Europa y el mundo contempla hoy a la Cataluña de Junqueras y Puigdemont con compasión y pena. Y con no poca prevención.
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