Alfonso Merlos
La mujer del César
No ha perpetrado ningún delito, no ha cometido ninguna ilegalidad, pero desde Pompeya a esta parte quedó establecido por Plutarco que la mujer del César no sólo debía ser honesta sino parecerlo. Y de la misma forma que el emperador repudió a su segunda esposa por amago de infidelidad, al CGPJ no le queda otra que expulsar a la señora Pigem tras ser pillada en un movimiento de efectivo poco decoroso. Sin traumas. Pero de forma inmediata. No ha podido justificar mejor esta necesidad el órgano de gobierno de los jueces. Aquellos que se sitúan en posiciones preeminentes en los más altos órganos del Estado deben ser especialmente ejemplares. Siempre, pero hoy más. Por la particular sensibilidad de los ciudadanos con los casos de corrupción (o similares) de los poderosos. Por la sombra de la sospecha que ha caído con dureza en los últimos meses con los euros que masivamente entran y salen de Andorra y otras madrigueras fiscales. ¡No puede ser! Debería haber sido esta señora la que ya hubiese dado un paso atrás. Debería haber sido CiU quien hubiese manifestado la necesidad de buscarle un recambio. Pero «ná de ná». Como en tantas ocasiones, cuando a los nacionalistas se les pilla «in fraganti» todo son sorpresas por la reacción de los medios de comunicación y todo es rechazo frente a lo que consideran peticiones de responsabilidad desmesuradas. Así son ellos.
Pero los tiempos han cambiado. No es que la opinión pública esté a la que salta para ajustar cuentas con los que ocupan lo más alto de la pirámide social. Es que la justicia va más allá de lo que sentencian los tribunales. Y hoy pasa por la reprobación de doña Mercè. ¿Estamos?
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