Enrique López
La mujer del César
Que la imagen de la Justicia se encuentra lastrada por la crisis que las instituciones sufren en la actualidad es un hecho incontestable, algo que no solo tiene una dimensión nacional, sino global. A los viejos tópicos que sobre la Justicia existen –lentitud, ineficiencia, etc–, se le añaden nuevos como los desplazamientos de fines, presiones corporativas y, sobre todo, la incertidumbre en la responsabilidad y control de los procesos. A esto se le añaden los procesos judiciales que por el tema o persona se incluyen en eso que se denomina la judicialización de la vida política, algo que se puede englobar en un síntoma de lo que ha definido Ulrich Beck como la sociedad del riesgo, en la cual se da una fuerte desconfianza institucional que se trata de paliar traspasando la responsabilidad de unas esferas a otras del Estado. Por ejemplo, se puede destacar como en la España de los años 80 muchos sectores de la sociedad y, sobre todo los medios de comunicación progresistas, reclamaban y justificaban que los políticos ejercieran la máxima responsabilidad en los procesos de designación de los altos responsables del gobierno del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional, mientras que en la actualidad se defiende todo lo contrario ante la denostada imagen de la clase política, bien es cierto, que con una grosera asimetría ideológica. En el mundo de la justicia se utiliza con tanta asiduidad como pereza intelectual, la expresión de que la mujer del César no solo debe serlo, sino parecerlo, frase atribuida a Cayo Julio César a través de Plutarco, haciendo referencia a la importancia que tenía en la sociedad romana la mujer del César, la cual no solo debía ser honrada, sino parecerlo. Según la historia, Julio César se divorció de Pompeya Sila al poco tiempo de ser ungido emperador, porque ella asistió a una Saturnalia, orgía sexual que se permitían las damas romanas de la aristocracia en algunas oportunidades. Ante el divorcio, mujeres patricias pidieron a Julio César la revocatoria de su divorcio, puesto que Pompeya había asistido solo como espectadora y no había cometido algún acto deshonesto. La versión que nos trasmite Plutarco es que un patricio romano llamado Publio Clodio Pulcro estaba enamorado de Pompeya, hasta el punto que, durante la fiesta de la Buena Diosa –celebración a la que sólo podían asistir las mujeres–, entró en la casa de César disfrazado de ejecutante de lira, siendo descubierto, apresado, juzgado y condenado. Como consecuencia de este hecho, César reprobó a Pompeya y, a pesar de estar seguro de que ella no había cometido ningún hecho indecoroso y que no le había sido infiel, sostuvo que no le era grato el hecho de que su mujer fuera sospechosa de infidelidad, puesto que no basta que la mujer del César sea honesta, sin que debe parecerlo. En la justicia, al contrario que en la Seguridad Nacional, las meras sospechas y especulaciones no deben ser tenidas en cuenta, debiendo constatarse indicios racionales que puedan ser la antesala de una prueba de cargo. No traslademos a la justicia la máxima periodística de que el rumor es la antesala de la noticia.
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