Sabino Méndez

La parodia del Cacique

Cuando a los catalanes se nos pide que expliquemos cómo es Artur Mas y por qué hace lo que hace, nos damos cuenta de lo difícil que es hacer comprensible fuera las claves particularísimas de algunas sicologías de la sociedad catalana última. Básicamente, Mas es un hombre que no había sido preparado para la actual situación en que se encuentra. Es un producto de la sociedad clientelar de Convergencia y había sido formado para ser una pieza más de ese engranaje y perpetuarlo, tomando como base la absurda creencia de que ese apolillado tinglado nunca se vendría abajo. El mundo para el que había sido criado desaparece justo cuando él llega y Mas no tiene la cintura suficiente, ni la capacidad de estadista, para aplicar nada que no sean automatismos mentales.

Primer automatismo: introducir de una manera grosera la prepotencia y los malos modos en la bisoña política parlamentaria catalana. No podemos olvidar que es él quien, ya en 2003, cuando Mara-gall habla del 3% de comisiones en obras públicas le acusa en plena Cámara de enviar la legislatura «a hacer puñetas». Todo un ejemplo de fino lenguaje parlamentario.

Segundo automatismo: frente a cualquier contratiempo, apelar a la estética de la épica y a la falsa grandeza del supuesto momento histórico. Es innegable que es el propio Mas quien convoca a TV3 para la firma de la convocatoria del referéndum y busca que rueden el momento con lentes panorámicos de gran angular y cámara desplazándose en traveling de abajo arriba, como en las superproducciones históricas. No se le ocurre que luego las mismas cámaras tendrán dificultades para rodar a la esperada multitud que debía arroparlo con un baño de masas en la plaza Sant Jaume tras la firma. La realidad es que su televisión sólo puede ofrecer planos cortos de ese encuentro porque, en cuanto abren el plano, se detecta que hay preocupantes claros entre la esperada multitud que debía abarrotar la plaza. Su principal protagonista no está preparado para asumir que la realidad no se limita a un rectángulo televisivo. Lógico en alguien formado en una sociedad donde, con un buen asesor de imagen y un férreo control organizado de la información, se podía llegar muy lejos despreciando la realidad.

No sirve acudir a su educación en el Liceo Francés para explicar esa ridícula arrogancia sin objeto, ni tampoco su falta de agilidad para las soluciones políticas. La explicación es mucho más obvia: Mas fue llamado para suceder a un cacique y, con el cortijo en descomposición, solo es capaz de ser su parodia. No quiso ver el caramelo envenenado que le endilgaban. En realidad, lo colocaban como capataz de la finca para ver si llegaba luego el heredero de la dinastía. Como tal, no sabe mandar con el necesario puño de hierro en guante de terciopelo. Lo suyo es el matonismo como respuesta, la respuesta matona del capataz superado por las circunstancias y la toma de decisiones, embargado por el estrés del señorito que no llega. De ahí que conteste a sus adversarios parlamentarios con malos modos y agresivas coletillas innecesarias en un hombre de su posición, tales como «si no se ha enterado, se lo repito». Otro automatismo, al fin y al cabo.

El chulo madrileño o el chulo andaluz son cosas ya tan caricaturizadas que se han convertido en estereotipos. El chulo catalán es una idiosincrasia mucho menos estudiada. Su primer objetivo es intentar que no se note que es un simple chulo. Hasta la fecha, sólo los catalanes sabíamos cómo era en realidad Pujol; ahora, gracias a la televisión en directo, lo sabe toda España.

El problema es el daño que toda esa chulería está haciendo a la cultura democrática catalana. La política autonómica de nuestra región, debido a ello, está sufriendo una pérdida de prestigio abismal. Dentro de poco, nadie nos tomará en serio. Está vaciando de sentido de tal manera el concepto de democracia que vamos camino de ser el hazmerreír de la política europea. Porque ¿quién va a tomarse en serio cualquier plebiscito que no respete las necesarias garantías censales de una votación en democracia?

Tanto camino para acabar en manos de la chulería más alicorta.