Cristina López Schlichting
La pertinaz sequía
Todo periodista español informará entre cinco y seis veces de sequías graves a lo largo de su vida profesional. Según los expertos, este es más o menos el ritmo cíclico de la falta de agua en España, determinada por la geolocalización. Estamos muy solos en esto, porque aunque otros países mediterráneos son similares climáticamente, ninguno de ellos está en la Unión Europea. Ni Portugal, ni Grecia, ni Italia sufren la escasez de agua como España. Loyola de Palacio –de noble memoria– batalló este capítulo con denuedo, como casi todo lo que hacía. Ahora estamos en el peor escenario desde 1995, con las cuencas del Segura, Júcar, Duero y Tajo en situaciones muy preocupantes. La del Segura está al 28 por 100 de su capacidad, en emergencia, y las del Júcar y Tajo comparten alerta. La del Duero va por la mitad. Las pérdidas son ya millonarias, y ascienden a unos mil millones de euros en la agricultura de Galicia, Asturias y Castilla y León. Las perspectivas son malas. Me dice Jorge Olcina, director del Laboratorio del Clima de la Universidad de Alicante, que los modelos descartan lluvias al menos hasta enero. De modo que es momento de echar mano a la hemeroteca para ver qué nos puede pasar. En los años 90, por ejemplo, las ciudades de la provincia de Cádiz padecieron restricciones de agua durante cuatro años y ocho millones de españoles estuvieron con cortes. Cuando ocurre esto sale indefectiblemente el nombre de Franco a pasear, me refiero más allá de su constante presencia en medios políticos. Se argumenta que las democracias están reñidas con proyectos a largo plazo, por la periodicidad de las elecciones y la servidumbre de los políticos frente a las mismas. Lo que nos faltaba. Cabe argumentar a cambio que las dictaduras cercenan las cabezas, pero eso es harina de otro costal. La cuestión es que Franco elevó el número de hectómetros cúbicos embalsados en España de 3.930 a 40.264 y que, desde 1975, apenas hemos conseguido subir a 55.590 hectómetros cúbicos, que no parece motivo para estar particularmente orgullosos. Es verdad que no es oro todo lo que reluce bajo los embalses: anegan enormes superficies de tierra, desplazan población y fauna, destruyen flora, cambian la vida acuífera, pero también lo es que los riesgos que afronta nuestro país con el cambio climático son enormes. Harían bien nuestros dirigentes –e incluyo a todos los partidos y las autonomías– en considerar el peligro a largo plazo y con una visión menos visceral y más estratégica porque, a medida que el agua se revela como una de las grandes fuentes internacionales de riqueza y pobreza, estamos en riesgo como país. Hay muchos puntos de mejora: gestión del gasto (aunque se ha hecho muchísimo –por ejemplo, en Murcia, con el reciclado–), trasvases o embalses. Según los técnicos no conviene explotar los caudales subterráneos, porque empobrecen los superficiales. Queda pues considerar proyectos audaces (incluso traer agua a Barcelona desde el Ródano) y la educación civil. La sequía pertinaz puede hacerse crónica.
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