Guardia Civil
La pillada
Con las manos en la masa. Pillado in fraganti. Doblemente. Primero, por las Fuerzas de Seguridad del Estado. Ahora, por el tribunal de la opinión pública. Con los chicos de las camisetas moradas no ganamos para sorpresas. Ni para pilladas, como la del senador Galindo. De una gravedad indiscutida e indiscutible.
¡Caramba con los regeneradores! ¡Caray con los del cambio! Ahora resulta que alguno se dedicaba al menudeo de hachís y al manejo de envoltorios de cocaína. Jugaban a camellos. ¿Ése era el entrenamiento imprescindible antes de erigirse en salvadores de la patria? ¿Es necesario antes de ingresar como parlamentario en la Cámara Alta acreditar en el currículum cierta pericia en la venta de pequeñas cantidades de droga? ¿Desde cuándo? ¿Con qué objetivo? ¡¿Qué clase de broma es ésta?!
De manera insultantemente infantil y temerariamente suicida, no han sido pocos los compatriotas que en las últimas elecciones han pensado que era obligatorio barrer lo antiguo por el hecho de serlo y aupar al poder a lo desconocido, porque en el fondo era «lo nuevo». Nos dolerá reconocerlo, pero es una actitud impropia de democracias maduras. Lo estamos pagando. Apenas hemos empezado.
Está claro. El revolcón atolondrado que se ha pegado a los grandes partidos, azuzado por los antisistema, ha propiciado el salto a la palestra de personajes menores, sin fuste, gritones, gamberretes, que han coqueteado con el delito, como es el caso de este senador podemita de Lanzarote. Y esta dinámica lamentable nos obliga a los españoles a ponernos especialmente en guardia, vigilantes ante los expedientes con los que nos representan estos individuos que se arrogan la posesión de la Verdad, y que se presentan como santos custodios de las esencias de la democracia. ¡De pena!
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