Alfonso Merlos
La piragua y el portaaviones
No. Ya es imposible permanecer en actitud silente o apaciguadora. Dos no se entienden si uno no tiene voluntad de llegar a puntos de encuentro. Y aquí hay alguien que ha dejado de ser honorable, excelente o ilustre para convertirse en un profesional de la deslealtad, el gamberrismo y el bandolerismo. Esto no tiene ni medio pase. No nos engañemos ni pongamos paños calientes cuando no procede o tiritas para curar una enfermedad ya avanzada o la otra mejilla cuando se nos ha golpeado en todas partes y desde todas las direcciones. Estamos ante un macarra disfrazado de político. Artur Mas. Ni un héroe ni un villano, ni un triunfador ni un fracasado. Simplemente un iluminado en el ejercicio del poder. Y por descontado, un sujeto peligroso cada día más cómodo en sus despóticos gestos.
Sólo a batasunos o bildutarras de nuevo cuño se les ocurriría ultrajar, llevando a negro, la figura de quien representa la unidad y la permanencia en el tiempo de la nación española y el Estado. Sólo a fulanos de tercera regional con presunta vocación de servicio público se les pasaría por la cabeza mofarse del Rey de España diciendo que tenían cosas más importantes que hacer que atender su discurso.
Ojalá estuviésemos simplemente ante ese fanfarrón, con un palillo entre los dientes, que acodado en la esquina de la barra de un bar desafía como un cafre a quien le viene en gana y cuando le viene en gana. En su delirio, Mas está dispuesto a estampar una piragua llena de de- sarrapados contra un portaaviones bien pertrechado para defenderse. No se trata de hundir a cañonazos a estos pobres hombres, pero tampoco de dejarnos amedrentar por sus cutres escaramuzas. La razón y la Constitución deben bastar para lanzarlos al agua fría. A ver lo que aguantan estos ridículos en paños menores y dando manotazos en medio de la nada.
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