Gonzalo Alonso

La primavera musical de Budapest

Hoy día, en que apenas ronda la media docena el número de artistas a quienes merece la pena seguir, es cada vez más frecuente en los viajes buscar alicientes adicionales con los que completar las actividades musicales. El Festival de Primavera de Budapest no se halla en el circuito de los grandes, pero ofrece alicientes que algunos de éstos no poseen. En Budapest se come bien, aspecto que casi todos los aficionados viajeros miran, en pequeños locales como el Biarritz o en el veterano y lujoso Gundel. El Museo de Bellas Artes, con una importantísima colección de pintura española – Greco, Zurbarán, Velázquez, Ribera, etc.– resulta visita obligada dentro de los muchísimos monumentos de una ciudad imperial cruce de múltiples culturas que está decidida a cuidar el turismo. Las decisivas ventajas de la tarjeta de 72 horas bien podrían ser imitadas por nuestros ayuntamientos. En un fin semana de tres días se puede disfrutar de la Orquesta de Cámara Polaca con Maxim Vengerov tocando y dirigiendo dos conciertos para violín de Mozart –por cierto, ¡qué poco se tocan estos en nuestras temporadas!– y varias piezas infrecuentes de Tschaikovski. Luego continuar con un concierto variado del barítono Simón Keenlyside. Como colofón una «Tosca» con un reparto a cargo de la compañía local con José Cura como estrella invitada. La primera de las citas tiene lugar en la Academia Ferenc Liszt, una preciosa sala construida en 1907 con una de las mejores acústicas de Europa.

Muy cerca de ella se encuentra la Ópera de Budapest, en plena avenida Andrássy, el equivalente a Serrano o Paseo de Gracia. El teatro de 1884, muy recogido con sus apenas mil trescientas localidades, es uno de los más bellos del mundo, fiel reflejo de la época de esplendor de la ciudad en que fue construido. Mahler y Strauss figuraron entre sus directores artísticos. Su foyer habla de un pasado glorioso no sólo en las óperas húngaras sino también en las wagnerianas, muchas de las cuales se dieron a conocer en la ciudad a poco de su estreno. La acústica es formidable y «Tosca» brinda, desde sus acordes iniciales, ocasión propicia para comprobarlo. Escucharla en Budapest supone también la constatación de la importancia de los cuerpos estables. La calidad de la orquesta compensa la discreta calidad de Tosca o Scarpia, así como los vicios vocales de un José Cura que, olvidado por nuestras latitudes, conserva todo su poderío vocal. Debe ser un placer cantar para un público tan generoso, dispuesto a vitorear durante muchos minutos y aplaudir con su característica forma acompasada. La primavera musical de Budapest es alternativa a considerar para quienes Salzburgo en Pascua resulta prohibitivo.