Cristina López Schlichting
La primavera y Urdangarín
Falta un mes para que entre formalmente, pero ya están aquí las puntas de los dedos de la Primavera. Árboles y arbustos están cuajados de yemas y hay un sol tierno, que ya calienta mucho y te obliga a quitarte ropa cuando caminas tres pasos. Es una paradoja pensar ahora en la cárcel. La sentencia de Iñaki Urdangarín, aunque aún no es firme, es la antesala de unos años de prisión para un padre joven en la plenitud de la vida.
Hace años nos hacíamos cruces con la corrupción y deseábamos medidas, pues aquí están. La Pantoja ha pasado un tiempo a la sombra, Correa, Bigotes, Granados. Los políticos han ido al banquillo, pero también los empresarios o los artistas.
No estoy diciendo que no hayan hecho nada. El que la hace la paga, y ya era hora. Estoy simplemente reconociendo que España está haciendo un caminito que ya hizo Italia con «Mani pulite» (manos limpias), el movimiento de los jueces que puso en solfa la sociedad vecina y se llevó por delante a los grandes partidos tradicionales, desde el PCI hasta la DCI. De aquellos fangos sacó Berlusconi el poder. Los pueblos hacen cada cierto tiempo catarsis y necesitan reaccionar contra la injusticia.
En ese cruce de caminos han pillado al ex Duque de Palma con el carrito del helado. Como éste es el país de la envidia, la condena a Urdangarín ha gustado mucho, porque es una condena a los ricos, los guapos, los chicos bien que viven en Pedralbes y esquían a todas horas.
Ojo, que no estoy defendiendo que el marido de la infanta Cristina cobrase ilegalmente seis millones de euros de los contribuyentes. Pero lo que sí escribo con total conciencia es que como este señor había patadas de ellos, que jamás verán unas puñetas. Iñaki Urdangarín ha pagado el precio de la púrpura, que es justo, porque también la púrpura conlleva sus prerrogativas.
Ha sido la cabeza de turco ejemplarizante para todos los que en los años de la abundancia invitaron a jamón y marisco a mansalva con nuestro dinero, se paseaban en yates y fiestas e invitaban a la Realeza. Entonces todos atábamos los perros con longanizas (cada uno con la calidad de longaniza que se podía permitir).
Los profesionales liberales cobraban en negro, los obreros extendían facturas en B, los ricos llevaban dinero a Suiza y lo contaban a voz en grito y los políticos tiraban de presupuesto como si no hubiese mañana. Había curas que decían que defraudar a Hacienda era comprensible, porque el Estado gestionaba mal el dinero.
En fin, que todo esto sirva para algo. No seré yo quien se alegre ni de lo de la Pantoja ni lo de Urdangarín. Esos niños que crecerán unos años sin padre, esos abuelos avergonzados, ese matrimonio imposible, han de ser objeto de reflexión y no de burla. Que aprendamos algo. Pasar la primavera a la sombra es un dolor que no le deseo a nadie.
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