Manuel Coma

La que armó el espía

Miente que algo queda, pero sobre todo intoxica antes que nadie.

Por parte de los diarios «The Guardian» y «The Washington Post» no hubo intención de engañar pero sí de lanzar cuanto antes la primicia, sin dar tiempo a consultar a expertos y a someterla a un análisis riguroso. El delicado material que Snowden se llevó en el bosillo saliendo de las dependencias de la todavía muy secreta Agencia Nacional de Seguridad, dependiente del Pentágono y con un presupuesto que dobla al de la mucho más conocida CIA, ni ofrecía grandes revelaciones –infinidad de detalles aparte– ni eran especialmente escandaloso.

La agencia está especializada en el espionaje de «señales», de todo tipo de señales que trasmitan comunicaciones. Su trabajo y cómo lo lleva a cabo, en términos generales, es conocido desde hace años y una demanda de Amnistía Internacional contra el organismo recorrió todo su camino hasta fracasar el año pasado en el Supremo norteamericano. No oyen todas las conversaciones y leen todos los emails, lo que requeriría decenas de millones de empleados. Lo que reciben y procesan son los registros de qué número llama a qué número, cuándo y durante cuánto tiempo. Siguiendo alguna pista previa, pero sustancialmente cruzando mediante sofisticados programas informáticos miles de millones de datos, buscan alguna pauta sospechosa. Sólo entonces piden a un tribunal «ad hoc» autorización para solicitar el contenido de las comunicaciones a las compañías pertinentes. El año pasado hubo 1.865 demandas, que es algo menos que miles de millones, pero los comentaristas siguen rasgándose las vestiduras porque nuestra intimidad ha sido destripada. No se pueden descartar abusos, pero esto es lo esencial. Lo que Snowden dijo en sus primeras declaraciones: «Sentado en mi mesa tengo ciertamente autoridad para grabar a cualquiera, hasta el presidente de los Estados Unidos» es un estúpido absurdo, porque no funcionan así las cosas con ciudadanos americanos dentro o fuera de los Estados Unidos, aunque sería posible con comunicaciones desde fuera, pero ilegal. Muy distinto es con otros países. Todos se espían mutuamente hasta el límite de sus recursos y capacidades técnicas. Pero hay ciertas reglas tácitas según el tipo de espionaje y el grado de amistad.

Snowden ha justificado su acción con motivos de conciencia. Puede ser. Lo que no encaja en absoluto es que haya buscado y siga buscando la protección de países que si fueran sometidos a tal tipo de delación por un ciudadano suyo, le arrancarían la piel a tiras sin el más mínimo escrúpulo. La impotencia americana para conseguir que se aplique un mandamiento de detención en China o en Rusia o que sus mejores ofertas vengan de los impresentables regímenes bolivarianos no es precisamente un éxito de la diplomacia de retracción e inhibición de Obama.

Los remilgos con los que los europeos han tratado el tema, evitando hacer sangre y tratando de no verse implicados en cualquier operación de traslado del personaje, indica que aunque la Alianza Atlántica esté en decadencia, llevarse bien con Washington sigue siendo importante. Que el racialmente resentido Morales, el esperpéntico Maduro o la inigualable Kirchner hayan aprovechado el equívoco maliciosamente creado por Putin para tomarla con quien –les guste o no– es históricamente su madre patria, no dice nada especialmente bueno de nosotros, pero mucho malo de ellos. Hay que saber aguantar, pero también devolverla.