Julián Redondo
La realidad
Yde repente, el compromiso. Como si no existiera otra cosa. Como si de aquí en adelante fuera necesario presentar los resultados específicos del análisis de un determinado grupo sanguíneo para no despertar sospechas sobre el apego al equipo nacional. No es que Sergio Ramos vaya a encargarse de repartir carnés de patriota; que no es eso aunque lo parezca; lo que sucede es que a raíz del fracaso en el Mundial y el posterior descalzaperros cualquier estornudo en la Selección se convierte en una pandemia gripal. Y eso que Ramos matizó sus palabras sobre la implicación de Diego Costa, fundamentalmente, y de Cesc Fàbregas con la Selección. Le faltó decir que el objetivo de su diatriba era de rango superior y entrenador del Chelsea. No obstante, habrá que ponerse en lo peor. Si Diego Costa termina cualquier partido con su equipo aquejado del pubis o de lo que sea, será suficiente para no acudir a la llamada, no vaya a ser que Mourinho se enfade. Si el partido con Alemania hubiera sido el oficial, el hispanobrasileño estaría con el resto de sus compañeros concentrado en Huelva. Del Bosque demostró otra vez una generosidad excesiva, convencido, acaso, de que para ganar a Bielorrusia no es preciso envidar. Aunque lo más probable es que su preocupación, máxima o exclusiva, sea el fútbol de la Selección. Recuperar la excelencia perdida no será sencillo y hasta puede que resulte imposible. Busquets no se hace ilusiones ni con la Roja ni con su equipo. «No volveremos a ver ni al mejor Barça ni a la mejor Selección», ha dicho. Fiel descripción de la cruda realidad. El resto, cortinas de humo.
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