César Vidal
La sombra de la guerra civil
Las razones para que estalle una guerra civil han sido diversas a lo largo de los siglos. En la Antigüedad y en la Edad Media, la razón fue, generalmente, las disputas dinásticas. En la Baja Edad Media, el intento de sofocar la herejía provocó crueles enfrentamientos civiles como el que concluyó con el exterminio de los cátaros en el sur de Francia. Fue ése un factor que volvería a reaparecer con virulencia en el siglo XV y se prolongaría hasta la mitad del siglo XVII. Sin embargo, a partir del siglo XVIII, el elemento esencial fue la lucha de clases o el estallido de los nacionalismos. Guerras civiles como la rusa, la finlandesa o la española fueron episodios claros de guerra de clases en la que la revolución chocó con la contrarrevolución con resultados diversos.
Es curioso cómo los dos factores citados pesaron también de manera considerable durante la Guerra fría. El lado comunista esperaba que las contradicciones de clase acabarían enterrando el sistema capitalista, mientras que la NATO confiaba en los nacionalismos para que la URSS se colapsara. Por un momento, hasta pudo parecer que la segunda tesis era real, ya que al debilitamiento soviético siguió la independencia de un cierto número de repúblicas. Como en el caso de Yugoslavia, el deseo de descuartizar a un antiguo enemigo prevaleció sobre cualquier otra consideración y comenzaron a surgir naciones sin relación con la Historia y absolutamente artificiales. Uno de los casos más graves fue una Ucrania destinada a convertirse en un semillero de conflictos. Aparte de que nunca hubiera sido una nación sino parte de Rusia, la Ucrania que se independizó constituía un avispero. De entrada, una parte de su población occidental era polaca y había pasado a formar parte de la URSS cuando Stalin decidió desplazar las fronteras occidentales en 1945 y pagar a Polonia con un trozo más que generoso de Alemania incluyendo regiones tan emblemáticas como Prusia oriental. A ese sector se sumaban unos ucranianos nacionalistas que estaban dispuestos a reivindicar el papel de sus paisanos en las SS reinterpretando un bochornoso episodio como una gesta heroica que incluyó, por ejemplo, un papel más que activo en el exterminio de los judíos. Finalmente, el este de la nueva nación era ruso, hablaba en ruso y se sentía ruso y, crecientemente, se sintió distanciado de los nacionalistas ucranianos. A todo ello se unió una torpe visión occidental tributaria de la Guerra fría, pero también de la pereza intelectual. Cada vez que la población rusa se quejaba – con toda razón– de los abusos nacionalistas, un sector importante de Occidente cerraba los ojos a la realidad y atribuía las quejas a la acción de Rusia. De manera no menos ciega, cuando los nacionalistas ucranianos, extraordinariamente corruptos, decidieron no respetar las elecciones en 2004 en la fantasmal Revolución naranja y volvieron a repetir la jugada en 2014 se insistió en que eran «luchadores de la libertad» defendiéndose del imperialismo ruso. Podía sonar bien, pero no era más cierto que la supuesta justificación de la sublevación armada del PSOE y de los nacionalistas catalanes en octubre de 1934 alegando que se levantaban contra el fascismo.
La satanización del contrario no siempre se corresponde con la verdad y ése es el caso en Ucrania. Lo que vino después era previsible y algunos lo anunciamos. Primero, Crimea –que nunca fue de Ucrania– se separó. Luego los rusos fueron objeto de las medidas intolerables por parte de los nacionalistas ucranianos y han comenzado a agitarse deseando regresar a ser parte de su patria. Algunos pensarán que la referencia a la Unión Europea calmará los ánimos. No será así y no sólo porque la UE ya tiene suficientes problemas. Por añadidura, los habitantes del este de Ucrania han contemplado cómo Alemania compraba las fábricas de la región para cerrarlas y obligarles a comprar los mismos productos, pero de fabricación germana. Por el contrario, los crimeanos están viendo cómo sus funcionarios han triplicado casi su salario mientras el poder adquisitivo del conjunto de la población se cuadruplicaba. Difícilmentehabrá guerra civil porque, en realidad, nadie quiere cargar con la losa de los nacionalistas ucranianos, pero, siendo una nación artificial, sobre ella se dibujará la sombra del desastre mientras, como mínimo, no reconozca los derechos –entre ellos, el uso de la lengua– de la población rusa.
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