Julián Redondo
La utopía blanca
De repente los Juegos Olímpicos de invierno adquieren una importancia inversamente proporcional a las posibilidades reales de España en el medallero. Una presea, la prevista del patinador Javier Fernández, sería un éxito; dos, si se suma Queralt Castellet a la fiesta, como para declarar fiesta nacional el día de la consecución, y tres, como para organizar a los conquistadores una excursión a Marte con todos los gastos pagados. España en Deportes de Invierno no es más que un testimonio de sus estaciones invernales; detalle que sorprende y mucho a los rusos, que se imaginan que por estos lares no puede haber más esquí que el acuático. Hasta la fecha, el champán o el cava se ha descorchado en dos ocasiones, cuando en 1972 Paquito Fernández Ochoa hizo la machada en Sapporo con su medalla de oro y cuando, veinte años más tarde, su hermana Blanca subió al tercer cajón del podio. María José Rienda nos hizo creer que podía ser la sucesora de la saga y las lesiones la castigaron impunemente. En éstas, apareció el madrileño Javier Fernández y empezó a ganar europeos. Sus éxitos no pasaron inadvertidos y Juan Miguel Villar Mir, presidente entre otras grandes empresas de OHL, le becó con 100.000 euros para que progresara en Canadá. No le ha decepcionado. Hoy es la gran esperanza blanca, el abanderado que encabezó la delegación española en el estadio Fisht, levantado a las orillas del Mar Negro y que en jornada memorable no logró llenar las 40.000 localidades. Por ahora todo son expectativas, noticias de inversiones escandalosas, wáteres en los que se prohíbe expresamente pescar en el inodoro, medidas de seguridad superlativas y el desafío de los homosexuales al idealismo antediluviano de Putin. Es la ola de la inconcebible exaltación olímpica que desplaza a un segundo plano los tres partidos de Cristiano Ronaldo o los encuentros de hoy entre el Real Madrid y el Villarreal o el Almería y el Atlético. Utopía blanca o fútbol.
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