Historia

Enrique López

«La velada en Benicarló»

La Razón
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Sobre la figura del presidente Azaña mucho se ha escrito y mucho se ha especulado, siendo utilizado por unos y otros como argumento de autoridad, casi siempre sobre la base de citas aisladas interesadamente interpretadas. Una lectura rápida de «La Velada en Benicarló» ha podido crear una imagen distorsionada del personaje, presentándolo como alguien que tras analizar el devenir de la República y de sus males, había transitado desde una defensa del Estado autonómico y de sus singularidades, especialmente la catalana, hasta una suerte de conversión pauliana, convirtiéndose en un arduo defensor del nacionalismo español unitario centralista, incompatible con los nacionalismos periféricos. Vaya por delante ni máximo respeto a la figura política de Azaña, el cual, al margen de sus errores, nunca dejó de ser un hombre de razón y un «liberal insobornable que ni en los momentos más duros de su vida perdió su amor a España y a la libertad», como se le presenta en la obra citada. Desde los albores de la Segunda República, ejerció una activa militancia en defensa de los nacionalismos, especialmente del catalán, eso sí, integradora, de tal suerte que como él decía: «Porque muy lejos de ser inconciliables, la libertad de Cataluña y la de España son la misma cosa». Azaña esbozó un diseño autonomista similar al forjado en la Constitución de 1978, y así decía que «la unidad española, la unión de los españoles bajo un Estado común, la vamos a hacer nosotros y probablemente por primera vez». Y aquí ya encontramos su diseño, diversidad nacionalista, reconocimiento de los nacionalismos periféricos, autonomía política, pero todo ello dentro de la unidad bajo un estado común. Él entendía que este modelo de Estado se construía por primera vez bajo la libertad y no la imposición y me pregunto ¿qué diferencia hay entre este pensamiento y el modelo territorial del Pacto de 1978, cuya Constitución forja un Estado común, una España patria común e indivisible de los españoles, donde se reconocen la singularidades de sus pueblos y su autonomía política? Este pacto fue refrendado libremente por la abrumadora mayoría de españoles, incluidos los que ejercieron su voto en Cataluña. La frustración de Azaña se produce cuando políticos catalanes traicionan el proyecto común, y, sobre todo, por su preocupación ante el enfrentamiento entre los Gobiernos Negrín y Companys. Azaña siempre condenó el levantamiento del 6 de octubre de 1934 porque rompía la legalidad republicana, mostrando la debilidad del Gobierno catalán ante la presión anarquista, cuyo colofón fueron los hechos de mayo de 1937. Su intención fue la de recuperar la justicia democrática por cauces constitucionales. Nos podemos imaginar cuál sería su pensamiento hoy ante situaciones distantes, pero no muy distintas, cómo expresaría semejantes temores ante el desafío inconstitucional en Cataluña, y ello en el seno de una España democrática que de forma libre ha determinado su destino, alcanzado un grado de desarrollo de autonomía política que ni se podía vislumbrar en la Segunda República. De nuevo estamos ante un gobierno autónomo débil en manos de extremistas enfrentándose al orden constitucional.