Violencia de género

La verdad

La Razón
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Hace unos días, asistíamos horrorizados al relato de una mujer que denunció a su ex pareja por haberla secuestrado, agredido y arrojado líquido abrasivo en la vagina. Fue el martes de la semana pasada cuando ella se presentaba en el cuartel de la Guardia Civil de Bembribre, en León, contando que el hombre le había arrojado lo que, parecía según los médicos que la examinaron, pegamento. Según el parte facultativo esta señora presentaba hematomas, erosiones, quemaduras de primer grado en un muslo y restos de una sustancia parecida a la cola de pegar en la vagina. El relato de lo sucedido era escalofriante. Pero resulta que, al parecer, nos mintió, que las pruebas parecen confirmar la simulación y que incluso tuvo ayuda en el paripé. La noticia ha dado la vuelta a España y ya están los de siempre aprovechando para cabecear, para poner el dedo índice muy tieso y decir en voz alta esss que fíjate, no hay derecho, a saber la de veces que esto ha podido suceder, la de denuncias falsas que vaya Vd a saber nos hemos tenido que comer. Es esa cosa tan de barra de bar y tan característica del carácter patrio. Lejos de justificar el comportamiento de esta mujer, que seguramente no ha calculado el daño que nos hace a las demás, habría que recordar algunas cosas. Habría que recordar, por ejemplo, que el caballero damnificado llevaba meses entrando y saliendo de prisión por saltarse a la torera la orden de alejamiento que tenía y que se pasaba de manera habitual por el forro. Que la mujer llevaba para su protección una pulsera telemática que reforzaba su seguridad, y que una pulsera telemática no se otorga a nadie sin pruebas evidentes de que el maltrato y el peligro sean ciertos y se hayan comprobado. Es decir, que esta mujer ha sido hostiada durante mucho tiempo por un tipo al que estamos a punto de convertir en héroe. Hay que joderse.