Iñaki Zaragüeta
Lágrimas que son risas
A no ser que lo tenga bien «trincado» como sucedía con Jordi Pujol y Artur Mas, el ya ex presidente puede irse olvidando a más corto que largo plazo de ser quien mande en la sombra sobre la acción de su sucesor Carles Puigdemont y, mucho menos, de quien será su vicepresidente y líder de ERC, Oriol Junqueras, quien no ha hecho cosechar beneficios desde que sembró en la coalición con Convergencia i Unió primero y con Convergencia después.
Así lo atestiguan la racionalidad y, sobre todo, la historia en casos similares al que nos ocupa. A ella debería prestar atención el saliente y recordar aquella frase de la famosa serie de Uderzo «en mi testamento exijo que Astérix muera conmigo». Ésa es la única manera de no sufrir con las decepciones posteriores una vez el nuevo inquilino se siente en la poltrona y comience a escuchar al coro de aduladores políticos y domésticos.
Normal que no me crea, pero que le pregunte a Eduardo Zaplana con Francisco Camps, a éste con Alberto Fabra, a José María Aznar con Mariano Rajoy, a aquél con Manuel Fraga, a Joan Lerma con Antonio Asunción, a Xavier Arzallus con Carlos Garaikoetxea y así un sinfín de ejemplos que ratifican mi tesis, que no es mía sino de la vida misma. Que les pregunte cómo se sintieron cuando descubrieron la escasa, por no decir nula, influencia que tuvieron con sus herederos.
Al contemplar y escuchar las elegías dispensadas por Puigdemont a Mas y las expresiones de tristeza por la suerte de su mecenas, me venían a la memoria las «lágrimas de cocodrilo» y lo que decían en mi pueblo en los entierros «las lágrimas del heredero son risas encubiertas». Así es la vida.
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