Lucas Haurie
Las medallas de la regeneración
Se dice que la marcha española nunca falla, pero es mentira. Falló, y de qué manera, en la década transcurrida entre 1998 y 2007, cuando Francisco Javier Fernández fue el mascarón de proa de la modalidad predilecta del atletismo español. Desde su irrupción con un bronce en el Europeo de Budapest, el granadino sumó otra media docena de medallas internacionales (doble campeón continental, subcampeón olímpico en Atenas, tres platas mundialistas) y... una lamentable sanción por dopaje. Todavía figura en los listados de medallistas gracias al permisivo cinismo de José María Odriozola, pero historias como la de Paquillo han contribuido decisivamente a la creación de una leyenda negra en torno al deporte nacional , que ríanse ustedes de la Inquisición. Pese a que los viejos dinosaurios siguen paciendo en la Federación, gente como Miguel Ángel López y Borja Vivas encarnan la necesaria regeneración; antes moral que competitiva, aunque este inicio de semana en Zúrich enseñe que el camino más corto hasta el triunfo son las cosas bien hechas. Cuando apenas era una promesa, el murciano López le negó el saludo a Fernández, que era su ídolo junto a su paisano Molina, por la decepción que sufrió al saberlo envuelto en tráfico de sustancias dopantes. Con dos cojones.
El embalaje de ayer sobre el tartán del Letzigrund proporcionó dos victorias en una: la primera, al cruzar López la meta antes que los dos rusos; la segunda, al oficializarse los resultados. Todos los buenos aficionados retrotrajeron su memoria hasta los Juegos de Sidney, cuando el mexicano Bernardo Segura adelantó como un avión en los 200 últimos metros a Robert Korzeniowski, el mejor marchador de la historia. Se colgaba el oro en «la caminata», como llaman a la marcha en su país, lo que merecía la felicitación en vivo del presidente Ernesto Zedillo. Mientras hablaba con el dignatario, le comunicaron su descalificación con roja directa por aceleración irregular en el último kilómetro. El cambio de ritmo de López en el estadio pareció dentro del reglamento, pero siempre existen temores con los jueces de marcha, esa raza que ha deparado episodios surrealistas como la «foto-finish» mediante la que se empeñaron en desempatar en Tokio 1991 a los rusos Potashov y Perlov. El mundo se estremecía viendo a los tanques involucionistas en la Plaza Roja, los dos atletas entraron de la mano después de 50 kilómetros, pero los árbitros no tuvieron cintura para darles un oro compartido. Qué gente más rara.
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