Alfonso Ussía

Leandro

La Razón
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Se consumía la vida de Alfonso XIII en su habitación del Gran Hotel de Roma. –Quiero hablar a solas con mi hijo Don Juan–. Cuando Don Juan se presentó ante su padre sabía que iba a caerle encima una nueva responsabilidad. –Lo tengo todo dispuesto y el Conde de los Andes se encargará de que nada les falte. Por si acaso, te encomiendo el futuro de tus otros cuatro hermanos. Los ocultos–.

Don Juan lo sabía. María Teresa y Leandro Alfonso Ruiz Moragas, Juana Alfonsa Milán y una niña italiana que falleció en sus primeros años. También murió María Teresa Ruiz Moragas. Los hijos bastardos o naturales de Alfonso XIII fueron estos cuatro, aunque posteriormente algunos intentaron pasar como tales, con César González-Ruano y el actor Andrés Picazo a la cabeza. Leandro se comportó siempre con dignidad y medida, y Juana Alfonsa Milán fue un coñazo de mujer. Llamaba continuamente a Don Juan para pedirle dinero, y estafó a su hermano y compañero de bastardía, Leandro, en más de una ocasión.

Conocí a Leandro Alfonso en el decenio de los setenta. Nos invitó a comer Julián Cortés-Cavanillas, que fue corresponsal de ABC en Roma y sentía por Alfonso XIII una admiración fronteriza con la devoción religiosa. Más que monárquico, el malvado y agudo Emilio Romero, lo describió de «pornomonárquico». –Cuando habla de Alfonso XIII se le ponen los ojos como a mí cuando me refiero a Sarita Montiel–. Y en aquella comida, Leandro se me antojó un hombre bueno y prudente sólo influido por una situación personal errada. Se consideraba una víctima de la Historia. Por supuesto, me pidió mi intervención ante Don Juan para que fuera, al fin, reconocido como hijo de Alfonso XIII. Más tarde, pidió mas cosas.

Don Juan, además de reconocérselo en privado, invitó a Leandro y a su mujer a sus Bodas de Oro. Y pocos han reparado en un detalle. Cuando repatrió los restos mortales de su padre, Alfonso XIII, de Roma al monasterio del Escorial, situó a Leandro en lugar preferentísimo, inmediatamente detrás de su hermana la Infanta María Cristina.

Una mañana, Don Juan le recibió en La Moraleja. Más de dos horas de charla entre hermanos. Después de la despedida, a Don Juan se le advertía un principio de irritación. –«Pues nada, que me ha soltado que tenemos que reconocerle como hizo el Emperador con Don Juan de Austria. Y cuando le he recordado que no tiene nada que ver su vida con la de Don Juan de Austria, me ha advertido que tiene pensado iniciar acciones judiciales». Fallecido Don Juan, y por los tribunales, Leandro fue reconocido como hijo de Alfonso XIII con el beneplácito de la Familia Real. Pasó a llamarse Alfonso –se quitó el Leandro–, de Borbón Ruiz Habsburgo Moragas. Y ahí perdió la medida y la prudencia. Frecuentó los platós de las cadenas de televisión y estudios de radio, y se imprimió unos tarjetones con la Corona Real, su nombre y su falsa dignidad de «Infante de España». Terminó escribiendo unos libros con pluma de un negro.

Siendo Jefe de la Casa del Rey el vizconde del Castillo de Almansa, le ratificó sus pretenciones.

«Quiero el tratamiento de “Alteza Real”, mi reconocimiento como Infante de España y el título de Duque de Toledo». E insistió: «Me lo merezco porque soy una víctima de la Historia».

Sin ir demasiado atrás, estoy seguro de que Fernando Almansa le recordó que su caso no era el único. Hasta Amadeo de Saboya, que reinó en España traído de la mano de Prim menos tiempo que el que necesita un gorrión para volar de árbol en árbol, dejó en España herencia bastarda. Y José Bonaparte, Fernando VII, Isabel II, y Alfonso XII.

Leandro ignoraba que su ascendiente por línea paterna Felipe IV, el Rey del siglo de Oro de la literatura y la pintura, tuvo más de cuarenta hijos bastardos. ¿Qué es más de cuarenta hijos bastardos? Pues cuarenta y uno, que esos fueron.

Y jamás se les reconocieron dignidades ni honores especiales.

Leandro pudo haber sido más de lo que fue si hubiera mantenido su prudencia en los últimos años. No era natural. Se cuidaba el parecido, que lo tenía sin necesidad de esmerarlo. Era simpático y elemental. Visceral. Arrebatado. Pero no fue Don Juan de Austria, hoy enterrado en el Panteón de los Infantes como «Juan de Austria, hijo natural de Carlos I».

–Juan, ¿cuándo me váis a hacer Infante de España?; –ya sabes, Leandro, las cosas de Palacio van despacio–. Y cuando se dedicó a ir a programas de televisión, las cosas de Palacio se detuvieron para siempre.

Ha muerto el último de los hijos de Alfonso XIII. Reconocido está. Pero no una víctima de la Historia de España. Descanse en paz allá donde todos somos iguales.