José María Marco

Liberales

La Razón
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Ciudadanos anda, como los partidos políticos nuevos y en general toda la izquierda, en un debate existencial acerca de sus principios. En estos últimos días, parece haberse decantado por el liberalismo. Empieza a culminar así un largo viaje. Ciudadanos arrancó en Cataluña y en círculos de izquierda, próximos al socialismo pero conscientes, a diferencia del PSC-PSOE, de la necesidad de articular una oposición clara al nacionalismo. También es cierto que la idea de España, aunque de evidentes consecuencias en la acción del grupo, parecía retranqueada en la fórmula de un patriotismo constitucional, casi puramente político, que soslaya la cuestión de la identidad, la identidad nacional.

Cuando Ciudadanos se lanzó al escenario nacional, se acentuó más, paradójicamente, el constitucionalismo de su propuesta. No es cuestión de reproches, ni que decir tiene: bastante ha hecho el partido de Rivera en condiciones muy difíciles. El caso es que al ampliar su ambición, parece que la organización, en vez de profundizar en su naturaleza de partido nacional, se sintió obligada a dar un paso más en la abstracción. Y así se llega al actual liberalismo, en sustitución de la materia socialdemócrata y probablemente encaminada, además, a dejar al Partido Popular escorado en el puro y simple conservadurismo.

Lo liberal es, sin duda, algo más fresco y joven, digámoslo así, que lo puramente conservador. Presenta, sin embargo, algunos riesgos. En general, poca gente se dice conservadora, porque eso de conservar está mal visto por la ortodoxia vigente. Ahora bien, casi todo el mundo actúa como tal en aspectos muy fundamentales de la vida, y sin necesidad de aclararlo mucho... precisamente porque la actitud conservadora es alérgica a las declaraciones ideológicas. Oponer por tanto lo liberal a lo conservador, como implícitamente viene a hacer Ciudadanos, lleva a restringir el atractivo de la marca.

Ciudadanos siempre ha tendido a ser un partido de minorías (aquí hemos hablado de las elites contra la casta, en la línea frívolo-regeneracionista de los orteguianos de hace un siglo). Es posible que ahora se enquiste de una vez por todas en esa posición, atractiva para los «happy few» y exótica para el resto, que son los más aunque no sean tan felices. Y la cuestión de la identidad nacional perderá aún más importancia justo cuando el interés de las naciones está cobrando un nuevo peso, y no sólo económico, en todo el mundo.