Carlos Rodríguez Braun
Liberales fundamentalistas y estúpidos
Nacho Álvarez, secretario de Economía de Podemos, resumió en «El País» el plan económico de su partido, y escribió: «Solo desde el fundamentalismo neoliberal –o desde la «estupidez económica», en palabras de Krugman– cabe defender hoy la prioridad de atajar los déficits públicos en la Eurozona, frente a los gravísimos problemas de empleo existentes».
Es aventurado pensar simplemente que a más déficit mayor empleo. Puede uno recurrir a estratagemas retóricas, como la de llamar al liberalismo de toda la vida «fundamentalismo neoliberal», que transmite la noción de gente extremista y de ideas cambiantes, curiosamente una deficiencia que aqueja más a las izquierdas que al liberalismo. Otro truco es insultar a través de demiurgo interpósito, en este caso Krugman, así que no parece como si a los liberales nos llamara estúpidos el señor Álvarez, que no es una figura destacada en la economía académica, sino un premio Nobel, nada menos. La debilidad del truco estriba en que si los argumentos de autoridad siempre son sospechosos, lo son aún más en economía.
Pero el doctor Álvarez cultiva ese tipo de razonamientos endebles. Por ejemplo, para justificar la expansión del gasto público que propone Podemos alega que su ritmo de crecimiento «es similar al que experimentó nuestra economía entre 2000 y 2008», es decir, en plena burbuja que desembocó en su propia insostenibilidad.
Tras las consignas de rigor, «urge revertir los recortes en sanidad y educación», que dan por supuesto lo que no se ha producido, y los brindis al sol: «luchar contra las desigualdades», pero nunca contra la desigualdad entre el poder y sus súbditos, vuelve a dar señales de autoridad: «La expansión fiscal contemplada se enmarca en lo que la literatura especializada denomina ‘‘balanced budget multiplier’’. El aumento del gasto público no se financia con mayor endeudamiento, sino con un incremento simultáneo de los ingresos públicos... No se puede menospreciar el efecto multiplicador que una expansión del gasto tiene sobre la recaudación fiscal».
Como subrayó Juan Ramón Rallo en «El Economista», aquí el truco, un viejo truco, es inflar el multiplicador considerablemente por encima de lo que estiman la mayoría de los economistas, en particular en la fase alcista del ciclo; en contextos como el actual, con elevados niveles de deuda, no cabe descartar un multiplicador bajo o incluso negativo. No es que el consenso sea la verdad revelada, pero sí conviene señalar que no existe en el mundo de la economía profesional y académica nada parecido a un consenso en favor de lo que el señor Álvarez proclama. Pero don Nacho no está para estas cosas sino para anunciar: «La propuesta de Podemos no sólo es necesaria para acometer los retos que tenemos por delante. Es también factible. Y pasa por converger con los países de la Eurozona en materia de ingresos y gastos públicos, como instrumento para consolidar y profundizar nuestra democracia». Y quienes duden de tan vaporosa demagogia sólo pueden ser fundamentalistas y estúpidos, evidentemente.
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