Cataluña
Líbranos de la tentación
Estamos tan acostumbrados a ver a sus profetas en el televisor, a escuchar sus soflamas y aguantar sus trapacerías, que el independentismo nos parece algo normal, lógico e incluso respetable. Y no lo es. Claro que ha habido durante cuatro décadas una actitud claudicante frente a los separatistas catalanes. Cierto que la nuestra ha sido una España débil, acomplejada e ignorante de su propia historia, como subraya Arturo Pérez-Reverte cada vez que abre la boca. Que por miedo a que les quitaran puntos del carnet de progre, periodistas y políticos que nunca dirían London o New York porque parecerían gilipollas, empezaron a decir Lleida y Girona con la bendición de la RAE. Pero todo eso, unido al rosario de dirigentes mezquinos, que han optado siempre por el apaciguamiento en lugar de plantar cara a los abusos del nacionalismo, sólo ayuda a entender cómo pudimos llegar a ese 1-O en que el conjunto de la sociedad española llegó a temer que perdíamos Cataluña y empezó a colgar banderas rojigualdas.
En cualquier caso, ni la claudicación de los políticos ni el garrafal error de transferir Educación a la autonomías, justifican la locura independentista. En lugar de ponernos comprensivos, tenemos que preguntarnos cómo es posible que un sector de la población, culto, con alto nivel de vida y notables cualidades comerciales, se haya puesto en manos de chapuceros y caraduras, como Puigdemont y compañía.
No se engañen. Si los catalanes que se sienten españoles acuden en masa a las urnas, ganará Inés Arrimadas el 21-D y la suma de Cs, PSC y PP sacará más votos que los que oficialmente promueven la ruptura de España, pero serán legión los que apoyen al prófugo y a sus colegas. Después habrá un cambalache y los epígonos de Pablo Iglesias y «Nada» Colau se conchabarán con los de la estelada, pero será irrelevante si el conjunto de España demuestra que ha aprendido la lección. Los independentistas catalanes, como buenos fanáticos, son inasequibles al razonamiento. Lo suyo, como pasó en Alemania hace 80 años y en Yugoslavia hace 30, es una especie de enajenación mental transitoria, que afecta por igual a los listos y ahí están los ejemplos de Rahola, Guardiola, Grifols o Carulla, que a los zoquetes. Frente a eso, lo único convincente que se puede oponer es la certeza de que quien infringe la Ley, la paga y la idea ilusionante de que España es algo grande, de todos, que merece la pena defender.
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