España

Llegó el presidente y mandó parar

Dentro de unos días se cumplirá un año de la llegada de Mariano Rajoy al Palacio de la Moncloa. El traspaso de poderes había sido ejemplar, en palabras de los propios dirigentes del PP. Casi ocho años después del triunfo electoral de los socialistas, e inmersos en una crisis económica sin precedentes, el nuevo inquilino llegaba a su nuevo despacho con el mandato de enderezar lo que su antecesor había retorcido hasta límites inconcebibles. Si González, según cuenta la leyenda, encontró la caja fuerte del despacho presidencial vacía en el año 82, a Rajoy debió saltarle un muñeco diabólico de resorte, de esos que se accionan con un muelle cuando abres una caja sorpresa. La Moncloa que encontró el líder del PP era lo más parecido a la casa de los horrores. Nada era como se había pintado en ese ejemplar traspaso. Los datos del déficit público estaba tres puntos por encima de lo que Zapatero y su ministra de Economía les habían dicho a los ganadores de las elecciones, a los ciudadanos y a nuestros socios europeos. En apenas unas horas el programa electoral con el que Rajoy había conseguido una mayoría absoluta más que reforzada, se había convertido en papel mojado por la riada de una realidad que los socialistas, una vez más, le habían ocultado a los españoles. Mientras la Navidad llegaba a su ecuador se nos anunciaba un paquete de medidas brutales con una subida de impuestos que hizo que se nos atragantara el turrón. Y no era más que el inicio de un camino de sacrificios que cogía a los ciudadanos con el pie cambiado porque hasta unos días antes el Gobierno saliente seguía empeñado en vendernos la mula ciega, esa que nunca debió estar en el Belén, de los brotes verdes y la cercanía de la salida de la crisis. No sé si cuando don Mariano se sentó en su despacho a solas con la mesa repleta de papeles con números rojos por unos segundos pensó: si lo llego a saber, no vengo. Pero conociéndole ese desahogo, si es que se produjo, debió durar apenas unos segundos. El presidente llegó a La Moncloa y mandó parar. Parar el despilfarro de un Gobierno frívolo e insensato que nos ha dejado hipotecados hasta las cejas y para al menos una generación. Parar en el engaño que supuso afirmar que el sistema financiero español era el mejor del mundo y, en definitiva, parar para cambiar el rumbo de ese buque fantasma, el del leonés errante, en que se había convertido España tras perder casi tres años en los que a quienes se les ocurría pronunciar la palabra crisis se les tachaba de antipatriotas. La verdad es que después de un año de travesía nadie sabe a ciencia cierta hacia que puerto nos encaminamos. Los colectivos que todavía le dan más credibilidad a los eslóganes y las medias verdades, cuando no mentiras a secas, con las que cada día nos machaca la izquierda política y sindical desde sus poderosas terminales mediáticas y desde la calle, han creado un ruido ambiental de tal categoría que no permite escuchar los tímidos avances que se están produciendo. Tímidos porque cambiar las tuberías y a la vez mantener intacto el suministro de agua es imposible, como al inicio de la Transición dijo Adolfo Suárez y recordaba el pasado jueves en La Razón el ministro de exteriores, García-Margallo. Pero el agua volverá a fluir cuando el trabajo de fontanería, de cambiar toda una red productiva obsoleta e ineficaz, culmine. Recomponer el jarrón chino que ZP hizo añicos de un balonazo no es algo que se consiga en dos tardes.

Presidente de Onda Cero y columnista de LA RAZÓN