Pedro Narváez
Lo que Mas esconde
Hasta Salmond, que reza a la reina de Inglaterra como haría un andaluz a una virgen a pesar de su cultura protestante para que no tome partido en el referéndum de Escocia, le dice a Mas que lo suyo es legal y que lo que pretende el president es una mamarrachada propia de esos lugares como Biafra, un día el referente del hambre y de la mala conciencia de Occidente, que es el único apoyo internacional del todavía «molt honorable», ese personaje que pasará a la historia liliputiense como el enano que quiso ser gigante. Recordemos, en vísperas de Santa Teresa, que hay que tener cuidado con las plegarias atendidas. El gigante Mas no sabe qué hacer ahora con los cabezudos que andan sueltos en su último aquelarre previo a la jibarización de sus almas. El miedo empieza a encoger a Mas, como lo haría su sexo en el congelador de las mentiras, de tal manera que el macho alfa de la independencia cantará como un castrati. Sólo hay que esperar a la comisión de investigación de Pujol que le bastaba metro y medio de estatura para conseguir un récord de inteligencia y mala leche. Es lo que tenemos los bajitos. Ya circulan dosieres que apuntan al retador de la Generalitat, rumores, según dicen en en el Palau, que no merece la pena contestar. La ambición ciega a los hombres. Mas es tan español que se mira en el callejón del gato. Jamás un ser vivo había alcanzado tal categoría de esperpento. Ahora la corrupción le cerca y ese olor a podrido le acerca más al dadaísmo que a la Diada. Como el urinario de Duchamp que acabó en un museo, Mas será, más cañí que nunca, un muñeco para colgar en el coche porque ni tiene algo característico como la boina de Pla o el bigote de Dalí.
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