Sevilla
Los Cronopios de Cortázar
Asistí ayer a la inauguración de la exposición «El universo de Julio Cortázar». Engañado por algún día de sol primaveral y los naranjos en flor, que son capaces de embriagar hasta dejar las cabezas, y más la mía, sin muchas luces, me vestí con un conjunto de pleno Abril. El trayecto desde el aparcamiento de la Puerta de Jerez hasta la sede de la Fundación Cajasol, en la plaza de San Francisco, fue una especie de penitencia helada. Afortunadamente, nada más entrar en la Sala Murillo, todo cambió. Te recibían los mismísimos Cronopios, que según Cortázar, su creador, son unos seres húmedos y verdes, desordenados y tibios. La exposición es una magnífica muestra de la vida y obra de tan singular creador, porque el autor argentino es un creador de estilos y lenguajes. Su vida fue también especial, nace en Bélgica, vive sus primeros años en Suiza y más tarde en Barcelona, por fin llega a Buenos Aires con sus padres. Con 37 años hace suyo aquello de siempre nos quedará París y se instala allí hasta su muerte, escribiendo en la ciudad de la luz sus obras más deslumbrantes; pero siempre está presente su origen, sin contar que París se convirtió en un lugar común para tantos autores hispanoamericanos, que como él, formaron parte del llamado boom de la literatura de la América que habla y escribe en español. El acto se abrió con unas palabras del presidente de la Fundación Cajasol, trabajador infatigable para dar alas a la cultura. Juan Manuel Bonet, director del Instituto Cervantes, estuvo brillantísimo en su extenso y culto parlamento. A mí me despejó cualquier duda sobre su importante y reciente nombramiento. Claudia Capel, según Bonet, una argentina muy sevillanizada, que es la coordinadora y directora artística de la muestra, agradeció la oportunidad de poder ofrecer esta exposición, igual que hizo con la dedicada a Borges, a los sevillanos. Por las calles, los Cronopios bailaban al tiempo que regalaban libros de poesía, justo era el día de celebrar a los poetas y sus poemas. También obtuve un nuevo conocimiento, el frío se había esfumado y es que la cultura abriga mejor que un buen abrigo de cachemir.
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