Manuel Coma

Los demonios de la Guerra de Irak

Nada nuevo bajo el sol, casi todo se ha dicho obsesivamente durante años, salvo en detalles y casos concretos ahora revelados, que no dejan de ser importantes. Por definición, los métodos aprobados para los interrogatorios por parte de agentes de la CIA a terroristas, tras el 11-S, no llegaban a ser tortura, en la medida en que se aplicasen estrictamente. Claro está que las definiciones son discutibles y las que nos ocupan lo han sido, hasta hoy día, amplia y apasionadamente. Lo que hicieron los asesores jurídicos del Departamento de Justicia de Bush fue estudiar lo que legalmente estaba tipificado como tortura y establecer los métodos de «interrogatorio reforzado» que, según su criterio, se quedaban un pelo por debajo de la definición. Moralmente puede considerarse inaceptable o al menos carente de toda elegancia, pero ése es el trabajo cotidiano de jueces, fiscales y abogados con la totalidad de la Ley. Hasta aquí no hay infracción, a partir de aquí es delito, con una amplia gama de atenuantes y agravantes. El atenuante genérico fue la situación angustiosa que percibían el país y sus élites después del mega atentado. Los encargados de proporcionar seguridad estaban bajo una inmensa presión para evitar que volviera a reproducirse.

Ahora hay críticos que dicen que prefieren asumir riesgos a que su país se manche empleando esos métodos. En el momento, la cuestión práctica que se planteaban quienes asumían la responsabilidad en cualquier nivel era si tolerar un nuevo 11-S a cambio de conservar manos impolutas enfundadas en guantes de terciopelo. Resultó obvio que no. Desde entonces todos los dirigentes occidentales han vivido aterrorizados por la perspectiva de que la opinión pueda cargar a su lenidad una nueva masacre. Para prevenirlo, los medios antiterroristas han aumentado exponencialmente. Se conoce mucho mejor al enemigo. El resumen de 525 páginas, con abundantes tachaduras, del informe secreto de 6.000 que el martes 9 hizo público el Comité de Inteligencia del Senado, con el voto republicano a favor, aunque no sobre los contenidos, vuelve a desatar todos los demonios de la larga polémica americana, resucitando el sectarismo que la ha caracterizado desde que comenzó la guerra política y mediática de descrédito y condenación contra la guerra de Irak. Revela casos de tortura bajo cualquier definición, por permisiva que fuera, y dos muertes de detenidos, no buscadas, pero producto de excesos en los tratamientos aplicados. El informe es vergonzosamente partidista, exclusivamente demócrata en su confección, y está siendo usado con ferocidad por los exponentes del partido en el momento en que están a unos días de que se produzca el relevo en el que pierden la mayoría en el Senado. Excluyó por completo los testimonios de los implicados, así como el de todos los directores de la CIA de la época.

Entre los más vigorosos denunciantes de esta manipulación se cuenta John Brennan, actual director de la Agencia, que no tuvo nada que ver con los hechos, y principal asesor de Obama sobre Inteligencia, desde su primera toma de posesión. También el ex senador demócrata Kerrey –no confundir con el secretario de Estado Kerry– que presidió la comisión que elaboró el informe sobre el 11-S. Olvidado queda que los líderes parlamentarios demócratas fueron en su día informados del programa de interrogatorios, no tuvieron nada que objetar y lo dotaron presupuestariamente. La senadora Feinstein, que presidió los trabajos de elaboración, reconoció al menos, en el acto en el que se presentó el resumen del informe, que los temores respecto a un nuevo gran atentado eran genuinos y compartidos por toda la sociedad y los responsables de defenderla.