Cristina López Schlichting

Los hijos, ese lujo

Los hijos, ese lujo
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Menos da una piedra. El entusiasmo con el que se recibe el magro repunte de la natalidad –que con toda probabilidad es meramente coyuntural– refleja la paulatina conciencia de que nos quedamos sin niños. No creo yo que las cosas hayan cambiado, porque ni está el horno para bollos ni las mujeres, para grandes familias. En España es casi imposible que derecha e izquierda se pongan de acuerdo en algo, pero contra la natalidad lo han logrado. Para el feminismo de izquierdas, la mujer es trabajadora antes que madre. Para la derecha –como dejó claro Mónica Oriol–, las mujeres fértiles son un problema empresarial. Si alguien del centro está tentado a apostar por la maternidad, le disuade enseguida el complejo franquista: el temor a parecer tan carca como el dictador. El resultado es que tener un hijo aquí es un gesto heroico que exige trabajar el doble, gastar mucho más y arriesgarse al divorcio. El estrés que incorpora la paternidad a las familias en las actuales condiciones es tan grande que los cónyuges llegan derrotados a casa y afrontan los baños, las cenas, los deberes en un estado tan lamentable que los gritos florecen y los enfrentamientos se reproducen. ¿De verdad nadie va a hacer nunca nada para que estemos en casa a las seis, aun a costa de madrugar? ¿Nadie piensa hacer rentable la maternidad? ¿Nadie se plantea multiplicar las guarderías gratuitas? Pues en una sociedad donde lo que importa es el dinero y el placer, tener hijos se convertirá en un lujo de ricos.