Alfredo Semprún

Los legendarios Mig cubanos se oxidan

Hubo un tiempo en el que los pilotos cubanos se hicieron legendarios. Fue en la guerra de Angola, cuando con sus Mig soviéticos barrieron del aire a la fuerza aérea surafricana y frenaron la gran ofensiva terrestre contra Cuito Cuanevale. Durante cuatro meses, entre mayo y junio de 1988, los aviadores cubanos enlazaron misión con misión para neutralizar a la potente artillería surafricana y desbaratar sus columnas de blindados. Y siguieron hasta Namibia. Con el bombardeo de la presa estratégica de Calueque, que dejaba sin agua y luz a buena parte del territorio, el Gobierno racista de Pretoria se avino a negociar, Namibia consiguió la independencia y los angoleños se deshicieron de un enemigo correoso. Años después, uno de los tanquistas surafricanos que sufrió el acoso de los Mig cubanos, reconvertido en piloto civil, me llevó al interior de la zona rebelde de Sudán –hoy Sudán del Sur– y recordaba perfectamente la audacia y la buena puntería de aquellos tipos. De cómo eran capaces de seguir en vuelo bajo las rodadas dejadas por una tripulación descuidada, hasta descubrir al resto de la unidad acorazada bajo sus redes de camuflaje. Victoria comunista, claro, pero ayudó a traer el final del apartheid y, en seguida, se vino abajo el muro de Berlín y la Unión Soviética. Y Angola vende petróleo, recibe con los brazos abiertos la mano de obra profesional portuguesa, Luanda, su capital, es la ciudad más cara del mundo y la inmensa mayoría de sus habitantes no han visto del paraíso socialista más que el reflejo de las luces de la opulencia burguesa. Sí, el tiempo pasa. Y el héroe de la guerra de Angola, también de la de Etiopía, el general Arnaldo Ochoa, acabó fusilado por los Castro, tras una parodia de juicio, y los Mig legendarios se herrumbran en sus bases de la isla, faltos de mantenimiento y piezas de repuesto. De los 400 aviones de cazabombardeo de la Fuerza Aérea Revolucionaria, se calcula que sólo están operativos algunas docenas de Mig-29. La penuria también alcanza a los carros de combate, a la artillería y a las baterías antiaéreas. Material anticuado, obsoleto, que el régimen comunista vende a su único cliente posible, Corea del Norte, para que lo recicle. Ese es el tipo de cargamento que acaba de interceptar Panamá, oculto entre los sacos de azúcar de un mercante con antecedentes de contrabando. Comercio vergonzante de reliquias de la Guerra Fría entre dos reliquias de un mundo que ya no existe. Y un gasto perfectamente inútil. Si la supervivencia de los regímenes comunistas de Cuba y Corea del Norte dependiera exclusivamente de su capacidad militar, hace décadas que sólo serían material de Wikipedia. No. Hoy, ni Corea del Norte ni mucho menos Cuba aguantan tres días de combate frente a un adversario dotado de armamento occidental. Pero sus ejércitos, imbricados obscenamente en la economía dirigida, detentadores de privilegios y canongías vedados al resto de la población, precisan de la parafernalia. De los grandes desfiles verde olivo, de la exhibición de unos tanques, unos aviones y unos misiles que hace tiempo que dejaron de tener sentido. Cuando, en realidad, les bastaría con sus escuadras de matones, armados con una simple pistola, para seguir oprimiendo a sus pueblos.