Alfonso Merlos
Los liantes
Donde no hay transparencia hay corrupción. No es una regla general. Pero es una norma que se cumple de manera infalible en aquellos casos en los que aparecen manos que no son limpias; o sea, políticos que no son de fiar, no están dispuestos a vestir con bolsillos de cristal, y no están en el ejercicio de su noble oficio para servir sino para servirse.
La revelación que hoy hace LA RAZÓN prueba de manera descarnada que el fraude masivo de los cursos de formación estaba perfectamente planificado, ejecutado y controlado. Con una pequeña pega: cuando uno se dedica a cometer faltas o perpetrar delitos es muy posible que, antes o después, se le pille con el carrito del helado. Y, con todas las presunciones de inocencia habidas y por haber pero sin una gota de ingenuidad, ahí estamos.
Es obvio que, cuando uno se dedica a hacer negocietes en lugar de atender el interés general, hace todo lo que está a su alcance para que no le controlen. Y en este sentido, las argucias de la Junta de Andalucía para evitar algo tan rotundamente democrático como la fiscalización son, de medio a medio, imperdonables.
Las mentiras tienen con frecuencia las patas muy cortas. Y el gran bulo de que la corrupción socialista y sindicalista era una simple obsesión del Partido Popular y la juez Alaya y un puñado de policías mal encarados se ha deshecho. Porque era eso, nada más que un bulo. Propalado por unos liantes. Y son éstos los que tienen que rendir cuentas. Lo quieran o no. Por las buenas o por las buenas. Tengan o no vergüenza torera. Que es evidente que en su vida la han conocido. ¡Qué bochorno!
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