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La Razón
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San Ignacio fue un fundador profético y al mismo tiempo muy pragmático. En las Constituciones de la Compañía de Jesús dejó, por ejemplo, bien claro que el prepósito general (el superior) «para bien ejercer este oficio, será por vida y no por tiempo determinado, la elección suya. Y así también se fatigará y distraerá menos en Ayuntamientos universales la Compañía, comúnmente ocupada en cosas de importancia en el divino servicio». También da otras normas muy sabias como ésta: «Así parece que la edad ni deba ser de mucha vejez que no suele ser idónea para trabajos y cuidados de tal cargo, ni tampoco de mucha juventud, a quien no suele acompañar la autoridad ni experiencia conveniente».

Los 215 jesuitas de todo el mundo que hoy comienzan en Roma su congregación general para elegir al sucesor del palentino Adolfo Nicolás Pachón (elegido en 2008) tendrán muy en cuenta las orientaciones de su fundador. Pero resulta que de los treinta sucesores de San Ignacio los tres últimos han dimitido antes de morir: Pedro Arrupe, por grave enfermedad, Peter-Hans Kolvenbach abandonó el cargo después de gobernar 25 años a los jesuitas, y ahora el padre Nicolás, porque considera que no se puede dirigir una institución de tal envergadura sin contar con las suficientes fuerzas físicas (cumplió en abril ochenta años).

El padre Ricardo García- Villoslada en su magnífica «nueva biografía» del santo guipuzcoano reconoce «que el General, aunque se dice vitalicio, puede por causas graves, vgr. por falta de salud, renunciar al cargo, el mismo fundador lo intentó varias veces». No hay, por lo tanto, razón para cambiar las Constituciones. Por otra parte, la insólita y sorprendente dimisión de Benedicto XVI sentó un precedente que su sucesor, el jesuita Jorge Mario Bergoglio, seguramente tiene en su mente como una posibilidad, aunque sobre este tema las opiniones no concuerdan. En todo caso, la elección del general de la más importante e influyente orden religiosa del mundo católico es un asunto que no puede dejar de interesar a toda la Iglesia y a la española, por evidentes razones, aún más.

Antonio Pelayo