Martín Prieto
Luis del Olmo
Hace unos días galardonaron a Luis del Olmo con uno de sus enésimos premios, circunstancia paradojal en un hombre que ha premiado a más compañeros que ellos a él. Preocupado solo lo justo por el dinero, que al final le robaron, en una ocasión rentó el tren «Al Andalus» para llevar a sus profesionales al Bierzo, dando órdenes al maquinista para moderar la velocidad cuando las parejas salieron a bailar al salón, y él, Tip y yo apostábamos a los chinos acodados en el piano de cola. Cuando Cataluña era otra cosa tuvo la osadía de transferirse de Ponferrada a Barcelona, pasando por Madrid. Fue un adelantado de la radio que llegaba, pero la pública no entendió aquel magazine matinal de cuatro horas y de costa a costa, teniéndose que acogerse a las privadas para emitir un «Protagonistas» que ha quedado para la memoria sentimental de generaciones de españoles. Aún subo a un taxi y el conductor, asociando mi voz a la del Olmo, me pregunta por su suerte. Le contesto que siempre le aconsejé que se deshiciera de empresarios y diera una demorada vuelta al mundo, pero temo que nunca me hizo caso y seguirá gestionando radios y coleccionándolas. Es un hombre de la hoy vapuleada y negada «Transición», que, junto a millones anónimos creyó ingenuamente que España saldaba la intolerancia, la secta y la cachiporra. Trató a los políticos con equidad, hoy inusual, e intercedió ante alguno por otro periodista sujeto a exclusión. Tuvo falsa fama de rigorista aunque sus broncas duraban un minuto olvidable, y antes creo que como perfeccionista sabía que el directo no admite rectificaciones. En lo que es presto es en ayudar al más modesto de sus colaboradores. Competía con el puente aéreo y nunca Barcelona y Madrid estuvieron más cerca. Como no podía ser de otro modo un empecinado etarra intentó infructuosamente asesinarle en ocho ocasiones. No le premio nada pero tengo epitafio: «Trabajó con Luis del Olmo».
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