Pedro Alberto Cruz Sánchez
Madrid languidece
No falta conversación entre agentes del mundo del arte en la que no se exprese la desolación ante la decadencia que vive la vida cultural madrileña. Es cierto que, durante los últimos años, los impactos mediáticos han elevado su número gracias a los eventos de masas organizados por las principales instituciones que tienen su residencia en la capital. Pero aquello que mentalmente se analiza cuando se verbaliza tal desencanto son otros parámetros que suceden al margen de los circuitos institucionales, y que se refieren principalmente a la pérdida de pujanza de las galerías, a la parálisis de un mercado en el que las periferias siempre han visto una tabla de salvación, y al perfil bajo que, durante los años de crisis, han mantenido los colectivos y asociaciones de acción artística.
Las galerías y artistas de mayor prestigio que antes encontraban en Madrid uno de sus privilegiados canales de promoción han volcado ahora lo mollar de su actividad fuera de España. Con excepción de ARCO y de alguna otra feria recién nacida que ha vivificado mínimamente el mercado, el panorama madrileño apenas si ofrece oportunidades reales para un vapuleado sector artístico. La sensación que se tiene es que la mata está tan marchita que resulta casi imposible la aparición de un nuevo y sorprendente brote.
A diferencia de otros sectores –como, por ejemplo, el de las artes escénicas–, el del arte ha mostrado a lo largo de estos años una inesperada incapacidad para reinventarse y encontrar nuevas estrategias para su supervivencia. Parece como si la extraordinaria dependencia institucional demostrada durante todo el periodo democrático hubiera sido tan absorbente, que, desaparecida ésta, sólo quedara por aceptar fatídicamente una lenta pero inexorable extinción. Mientras otras capitales europeas –Berlín, Londres, París– no dejan de parir focos de actividad artística que sobresalen por su espontaneidad, por su irreverencia, Madrid se ha quedado inmovilizada en un sentimiento de duelo por las grandes estructuras perdidas. Desgraciadamente, en este caso, de la necesidad no se ha hecho virtud, sino una depresión improrrogable por más tiempo.
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