María José Navarro

Madurazo

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Tras la muerte de Chávez se abre en Venezuela un periodo interesante, por lo político y por lo social. El país, por un lado o por otro, está entre la conmoción y la expectativa, curioso por ver lo que puede venir y rendido a la evidencia del fervor popular por Chávez. La efeméride deja numerosos elementos para la reflexión. Por un lado, una se pregunta si los documentalistas de alguna televisión, muy dados a aprovecharlo todo, guardarán las imágenes de la riada roja de Caracas por si el Osasuna gana en breve algún título. También, si los diseñadores de chándals del planeta han tirado a la basura todos sus figurines al ver que el modelaco puesto de moda por Chávez tiene tanto predicamento entre sus allegados, y, peor aún, si los responsables del uniforme de la selección olímpica española, fervorosos seguidores del estilismo de Rafaela Carrá, se han puesto en contacto con el Diseñador Mayor Bolivariano para pedirle los patrones. Pero sin duda lo que más llama la atención es la figura del sucesor, el heredero, el delfín bigotón del caudillo rojo. Nicolás Maduro, ya en el centro de todas las miradas, se presenta ante el mundo como el nuevo rey, una vez muerto el rey. Maduro, seguidor del gurú indio Sai Baba con aspecto de cantante de mariachis o cantante melódico de crucero, pasea chándal tricolor y discurso radical para no desentonar y deja intuir algún golpe de efecto para no quedar como el hombre blandengue que sucedió al tipo duro. Aún no ha despejado la duda de si adoptará para su mandato el nombre artístico de Maduro Interesante I pero, conociendo a los venezolanos, dados a reírse de su sombra, toca estar atentos.