Alfonso Ussía
Marea feminista
Se espera la llegada a Madrid de centenares de autobuses y trenes abarrotados de feministas oficiales procedentes de todos los rincones de España para manifestarse ante la embajada de Pakistán con el fin de exigir el indulto a Asia Bibi. También un plante conjunto de las parlamentarias feministas, que acostumbran a protestar airadamente por monumentales chorradas. Ahora tienen la oportunidad de pedir que Asia Bibi, una mujer pakistaní cuyo único delito es el de ser cristiana y practicar su fe, ha sido condenada a morir ahorcada por la presión del islamismo. También, faltaría más, una multitudinaria exposición de tetas de las militantes de Femen, y por añadidura, una convocatoria popular de «Podemos» en defensa de la vida de una mujer que va a ser legalmente asesinada por sus convicciones. Asia Bibi no ha cometido delito alguno que tenga que ver con la violencia. No ha dejado regueros de sangre a sus espaldas. No ha inducido al uso de la violencia. Se ha limitado a reconocer su pertenencia al cristianismo, y ese reconocimiento le ha servido a la Alianza de Civilizaciones para condenarla a muerte por «blasfema».
El problema es que la soga que va a asfixiar a Asia Bibi rodeará el cuello de una cristiana. Y que los verdugos serán los fanáticos del islam. En el fondo, tampoco es tan grave. Si se tratara de una mujer musulmana condenada injustamente por un tribunal de Israel, aquí se armaba la gorda. Pero no. Ante todo, cautela. ¿Merece la pena reunirse o manifestarse por la vida de una pobre cristiana que no ha querido renegar de su fe? Toda manifestación conlleva gastos económicos, y no están las cosas para malgastar las subvenciones. No hay perro de por medio. El marido de Asia Bibi, Ashik Masih, y su hija, que han tenido la oportunidad de visitar a la condenada a muerte – qué sensibilidad la de las autoridades de Pakistán–, han confirmado que el estado de ánimo de Asia Bibi es bueno, que invierte su tiempo en la lectura de la Biblia, que reza por Pakistán y los cristianos perseguidos en aquel país, que su firmeza es inquebrantable y que prefiere la muerte a la renuncia de su condición cristiana. Una mujer así no merece la indignación del feminismo oficial, ni una convocatoria, ni un plante parlamentario, ni una exigencia de dimisión ni un espectáculo pectoral a las puertas de mezquita de la M-30, que cuenta con un hermoso espacio para convocar manifestaciones, pero al que jamás acuden las feministas oficiales ni los retroprogres de la izquierda española porque los fanáticos del islam no ponen la otra mejilla cuando son violentados. Reaccionan con más severidad y es muy probable que a la vista de los pechos de las de Femen no actúen de igual manera que los fieles católicos que soportan sus groserías a las puertas de las iglesias cristianas.
No va a mover un dedo por la vida de Asia Bibi. Y en el fondo, tienen motivos para la desgana. Ahorcar a una mujer cristiana no supera los límites de la anécdota. Algo habrá hecho para que la «justicia» de Pakistán haya decidido su ejecución y posterior muestra de su cadáver colgando de la soga justiciera. Aquí hay que protestar, manifestarse e indignarse con Miguel Arias Cañete, contra ése sí, que dijo algo que algunos interpretaron como un pensamiento machista. Una lástima que no ahorquen a Arias Cañete junto a Asia Bibi. Dos pájaros de un tiro.
No siempre la alegría es plena.
Los islamistas de Pakistán cuentan en España con abuntantes simpatías. Pueden estar tranquilos los madrileños. No habrá manifestación. Tampoco trenes y autobuses. Asia Bibi será ejecutada por ser cristiana, y de su delito sólo ella tiene la culpa. Caerán por su muerte algunas hojas de los árboles. Casualidad del otoño.
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