Martín Prieto

Marruecos, de convidado de piedra

A finales de 1975 las avanzadillas de la Marcha verde llegaron al puesto fronterizo de Tah, en nuestra administración territorial de Seguia el Hamra y Río de Oro, y empezaron a apedrearnos a la guarnición y a unos periodistas inútiles por la materia reservada que embozaba el conflicto. No había peligro de descalabramiento porque tiraban de muy lejos ya que los zapadores del teniente general Gómez de Salazar, gobernador general del Sáhara, estaban terminando la siembra de minas en aquellas arenas y clavando los postes indicativos en árabe y español. Hoy Tah continúa siendo el único paso suroccidental desde Mauritania, Burkina Faso, Mali, Níger y toda la teoría de estados fracasados al sur del Sahel, hasta las verjas europeas de Ceuta y Melilla. Situado en la depresión de un río muerto, es un cuello de botella militar para el Ejército marroquí que controla, atrincherado, parte del viejo Sahara español. Con el Frente Polisario aún en armas, por Tah no pasa un hombre sin ser detectado, pero sí columnas de miles de subsaharianos. No tienen otro camino: al oeste el Atlántico, al que llegan las dunas, y al este, desiertos intransitables y cientos de kilómetros reminados por los marroquíes en los espacios que dejamos los españoles. Que el ministro del Interior de nuestro vecino le diga a su colega Fernández Díaz que hay 40.000 inmigrantes en Marruecos y otros tantos en Mauritania, en espera o tránsito, convierte el futuro de Ceuta y Melilla en espeluznante. La utopía es fijar en origen a los que se autodesplazan propiciando su desarrollo económico, pero eso la comunidad internacional o no puede o no quiere hacerlo. La Unión Europea puede blindar sus fronteras norteafricanas si cae en la cuenta de que uno de sus socios (España) es un Estado bicontinental, como Turquía. Pero no es concebible que en este desordenado movimiento migratorio Marruecos quede como convidado de piedra y esfinge misteriosa. Rabat tiene bastantes problemas y gastos al sur de Tah pero no se puede permitir indefinidamente que docenas de miles de incontrolados deambulen por su territorio norte. Ante la política alauita siempre hay que malpensar. Los cercos a Ceuta y Melilla colocan en el mapa la reclamación marroquí sobre nuestras plazas africanas. Pero aunque muy poco y con pereza, la Gendarmería marroquí coopera cuando le pete. Y existen antecedentes para la desarticulación de las mafias de carne desesperada y control por tierra y mar. La invasión de las pateras, particularmente en Canarias, desapareció cuando negociamos en Marruecos y Mauritania. Otra cuestión es cuánto nos costó la charla, pero merece la pena repetirla y serían bien empleados esos fondos. Marruecos y Mauritania deben y pueden controlar sus fronteras sin ponerse de perfil. Bruselas, que negocia con ellos nuestros acuerdos pesqueros, también ha de pactar cómo se administra este insufrible éxodo.