Alfonso Ussía
Más tonto que abundio
De Eisenhower a Trump, los presidentes de los Estados Unidos han sido variopintos. Militares como Ike, atractivos como Kennedy –si bien su saldo político no fue del todo brillante–, tramposos como Nixon, acoplados como Johnson, dinásticos como los Bush, simpáticos y disipados como Clinton, favorablemente sorprendentes como Reagan, confusos y de color oscuro como Obama, y más tontos que Abundio, como Jimmy Carter. Que así le preguntaron a su madre los periodistas que rodeaban su casa cuando su hijo Jimmy fue elegido. –Señora Carter, ¿Qué se siente siendo la madre del presidente de los Estados Unidos?–; –estupor y miedo–, respondió la buena mujer, –porque Jimmy es el más tonto de mis hijos–.
Ronald Wilson Reagan, aborrecido por los progres, definió a la perfección la herencia de Jimmy Carter: «Depresión es cuando estás sin trabajo. Recesión es cuando un vecino está sin trabajo. Recuperación es cuando Jimmy Carter está sin trabajo». De cualquier manera, la madre de Jimmy Carter, doña Lillian, tampoco tenía en alta consideración al resto de sus hijos. «A veces, cuando veo a todos mis hijos, y en especial a Jimmy, me digo: “Lillian, tendrías que haber permanecido virgen”».
Carter se dedicaba al cultivo del cacahuete, y como en los Estados Unidos suceden cosas muy raras –irrefutable prueba de ello la han dado los candidatos a la presidencia en las últimas elecciones–, un día se despertó famoso y con los mayores poderes, político y militar, del mundo. Con Jimmy en la Casa Blanca, se recuperaron los cacahuetes, pero los Estados Unidos estuvieron al borde del desastre. Y como expresidente, se dedicó a dar conferencias y a defender por el mundo todo lo que era indefendible.
Uno de los beneficios que tienen los expresidentes americanos es el de cobrar bastantes dólares por acto al que acuden o por estrechar la mano de los paletos que pagan por visitarlos. Todo viene del formidable duque de Bedford, que estableció tres categorías de entradas para los visitantes de su castillo. Los visitantes, en un 99%, norteamericanos abonaban diez libras por un recorrido por los salones y jardines del castillo de Bedford. Veinticinco libras para los turistas que deseaban saludarlo, sin intercambiar otras palabras que «encantado», y «muchas gracias». Y cien libras a los turistas y visitantes que requerían del duque una breve audiencia con conversación sobre el campo y el tiempo incluída en el precio. Gracias a estos turistas y visitantes americanos, Bedford pagaba sus impuestos y pudo mantener el castillo.
Uno de los visitantes, con toda probabilidad, fue Jimmy Carter, y le copió la idea. En la actualidad, Carter, que tiene menos influencia en la política americana y mundial que el arriba firmante en la construcción del nuevo Canal de Panamá, se dedica a dar sablazos a los paletos europeos que desean tener una foto con él, y si aflojan más generosamente el bolsillo, cariñosamente dedicada. Veinte minutos con Carter cuestan cien mil dólares, y con foto dedicada, ciento cincuenta mil. La última foto que ha dedicado dice: «A mi estimado amigo Puigdemont con un afectuoso saludo. Jimmy Carter». Y en la foto posa junto a Puigdemont, del que no tiene puñetera idea de quién es y a qué se dedica.
Puigdemont –pronúnciese Puchdamón–, ha visitado como presidente separatista de la Generalidad de Cataluña los Estados Unidos en una decena de ocasiones. Y en las nueve anteriores, la personalidad de mayor impacto que le ha recibido ha sido Peter Calabresi, el que fuera segundo entrenador de los «Lakers» durante la época dorada. Calabresi se retiró, y recibió a Puigdemont –pronúnciese Puchdamón–, a cambio de una módica cantidad que no superó los mil dólares. Pero aquella entrevista no tuvo repercusión, y Romeva, que se mueve por el mundo como un atún por el Pisuerga, convenció a su presidente que una visita a Carter equivaldría al más firme empujón internacional al «Prusés». Al fin y al cabo, ciento cincuenta mil dólares por saludar y hablar veinte minutos con el presidente más tonto de los Estados Unidos con foto dedicada incluída en el contrato, no es dinero. –¿Me lo mandas, Montoro?–; –Te respondo en diez minutos, que se lo tengo que consultar a Soraya–; –Carles, que Soraya me ha dicho que sí, y que te desea éxito con Carter. Te mando el dinero–. Y ni las gracias.
Lo siento. Pero me ha parecido un viaje muy paleto. Gastar el dinero para tener una foto y una charla con quien supera en asnal imbecilidad al pobre Abundio, no es buena inversión. Dejarse timar por un tonto es de tonto mayor. En fin, que mi más cordial enhorabuena por el triunfo obtenido. Me refiero al Málaga.
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