Lucas Haurie
Melancolía de los coros y danzas
No siempre es un espectáculo edificante, pongamos que para un niño, un partido de fútbol en el Sánchez Pizjuán. El campo del Sevilla es el estadio de Primera que más amonestaciones ha recibido por cánticos ofensivos desde que la Liga de Fútbol Profesional decidió poner coto a la violencia verbal. Item más: el coliseo de Nervión, que el 13 de marzo cumplirá un año invicto tras 30 partidos oficiales, recibió la temporada pasada multas por incidentes del público por un montante de 400.000 euros. Una bagatela que el Sevilla tuvo que hacer incluso figurar con epígrafe propio en el presupuesto anual. Las barbas ardiendo del vecino, ese Betis zarandeado por los insultos machistas de una docena de ultras, han puesto por fin en guardia al Sevilla, que lidia con un grupo radical, los Biris, de muy granado prontuario delictivo.
Ayer, más allá de la breve referencia al ausente Frente Atlético, motejado como «asesino» en un estribillo que debe calificarse como rigurosamente descriptivo, el informante de la LFP se debió de marchar con su bloc por estrenar. Ni siquiera con las decisiones del controvertido Clos Gómez se cebó la grada en la que hace casi un cuarto de siglo, entre 1992 y 1994, se compuso un cántico que entonces decía: «Ole, ole, ole. Diego Simeone», luego versionado en el Calderón para introducir el apodo del ídolo en lugar de su nombre de pila. Si será cierto que los extremos se tocan, que los neonazis del Frente y los comunistas de los Biris idolatran según y cuándo a las mismas personas coreando idénticos ritornelos. Si aplicasen su inteligencia, que alguna tienen, para componer ingeniosas rimas en vez de a partirse el alma con cualquier excusa...
Eso sí, los Biris se acordaron de esos mandarines del fútbol nacional que siempre miran a la misma ciudad cuando desean articular esa cosa tan peligrosa (y tan poco ajustada a derecho) que se llama «castigo ejemplar». Gritaron primero «Tebas vete ya», seguro que para regocijo de su enemigo Villar; y cantaron después, «corrupción en la Federación», con toda probabilidad para gozo del presidente de la LFP. Porque todos proclaman su voluntad de terminar con la lacra de la violencia, sí, pero los dos grandes organismos responsables de las cosas del balón se ponen palos en las ruedas a la hora de articular medidas eficaces. Volverán las peleas y volveremos, tarde o temprano, a lamentar una muerte.
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