Restringido
Menos que un club
El Barça es un gran club con dimensión universal. No es propiedad exclusiva de los 109.637 socios que ayer eligieron presidente. Muchachos de toda España lucen la característica camiseta azul y grana en los patios de los colegios y millones de personas en todo el mundo disfrutan con sus victorias. Así ha sido hasta ahora. Es cierto que se ha venido presentando como algo «más que un club». La adherencia política del nacionalismo ha sido su otra dimensión, que desfiguraba algo su brillante trayectoria deportiva, sólo empañada últimamente por sospechosos negocios de oscuros fichajes millonarios. Todas estas anomalías se podían conllevar y el Barça seguía siendo un gran club. Pero de un tiempo a esta parte, arrastrado por la vorágine del movimiento separatista –llamemos a las cosas por su nombre y olvidémonos del estúpido subterfugio del «soberanismo»–, el Club de Fútbol Barcelona ha tomado abiertamente partido y se ha convertido en poderoso instrumento político de separación. En su bandera y en la solapa de sus dirigentes luce ya la estrella de la independencia, que llaman «catalanidad». Como si todos los catalanes fueran separatistas, como si todos los catalanes fueran tontos. Eso sí, no renuncian a seguir jugando en la Liga española aunque se separen de España, porque es la única forma de seguir siendo un gran club, que una cosa, dicen, no quita la otra. Llegados a este punto, se trata de averiguar si, convertido en bandera política de la independencia de Cataluña –independencia de España y de Europa–, este admirado equipo de fútbol, poblado de figuras de medio mundo y alguna hasta de la Mancha, la tierra de Don Quijote y Sancho, se agranda o mengua su importancia estrictamente deportiva. Lo veremos midiendo el recibimiento que recibe el equipo este año en los distintos campos españoles. La afición es un manojo de sentimientos compartidos. La abierta deriva política del club quebrará seguramente muchos de ellos tanto dentro como fuera de Cataluña. Así que no parece buen negocio este rapto político. En vez de más que un club, el CFB puede convertirse en menos que un club, en otra cosa. Más de uno estará hoy de acuerdo con Groucho Marx: «No quiero pertenecer a ningún club que me admita como socio». ¡Y menos a este Barça!
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