Martín Prieto

Mercadillo de sondeos

En las presidenciales estadounidenses de 1948 nadie daba un dólar por Harry S. Truman llegado a la Casa Blanca por la muerte del gran Roosevelt. Truman era un camisero de Missouri que aporreaba una pianola para entretener a su nieta y un sujeto ancilar en el Partido Demócrata, al borde de su desintegración con tres candidatos en liza. Las grandes empresas de sondeos, comenzando por la mítica «Gallup», sentenciaron la victoria arrolladora del republicano Thomas Dewey ocultando que encuestaban por teléfono cuando los seguidores del populista Truman aún usaban cabinas. La alucinación demoscópica llegó al extremo de que el «Chicago Tribune» lanzó una edición alborozada: «Dewey aplasta a Truman». «Gallup», sinónimo de encuesta, sopesó cambiar la marca, y el triunfo periodístico fue para el corresponsal Manuel Aznar (abuelo de nuestro Presidente) quien preavisó que en la Casa Blanca se ocultan poderes capaces de voltear una elección. Esta atorrante campaña municipal y autonómica no empezó anteayer sino que arrastra desde el profesorado catódico del leninismo oportunista y su facilón éxito en las europeas. Desde entonces los sondeos han devenido en mercadillo para todos los gustos y bolsillos: otorgaron la primera mayoría a unos soviéticos, finiquitaron el bipartidismo, publicitaron encuestas al minuto para líderes amigos, y certificaron que ni juntos PP y PSOE lograrían una mayoría gobernante. La demoscopia utiliza matemáticas, estadísticas y algoritmos, pero no es una ciencia, sujeta como está a influencias y metodologías. Es costumbre que no nos den las muestras, ni la forma de consulta, o que se olvide que los emergentes carecen de referencia. La «cocina» demoscópica asemeja esos concursos de hornillos televisivos tan de moda. Hace millones de años mis manos pecadoras, con la anuencia de mi periódico, sumaban como voto directo al PSOE los «no sabe/no contesta» de quienes hubieran sufragado socialista anteriormente. Las encuestas tienen la garantía de un tratante de mulas. En el Reino Unido llevan equivocándose gravemente desde John Major, y en España son más serios los arúspices.