Agustín de Grado

Metástasis

La corrupción es el cáncer de una sociedad abierta. Su metástasis se extiende a medida que la parcela pública y el poder político penetran nuestras vidas. «Si el vaso no está limpio, lo que en él derrames se corromperá», escribió Horacio. De ahí la importancia de que las democracias estén organizadas para atajar, y someter sin tibiezas, el abuso de lo público en beneficio privado. Porque la corrupción no es sólo cosa de políticos sinvergüenzas. O desalmados sindicalistas. Hay un caldo de cultivo que la propicia. Por ejemplo, que partidos y sindicatos no estén obligados por ley a financiarse sólo con la cuota de sus afiliados y mediante un sistema de donaciones de transparencia cristalina. Como ahora están ocupados en arrojarse la basura unos a otros, no esperemos avances en este sentido. Pero la sociedad debiera revisar también su facilidad para dejarse seducir por los abundantes señuelos de justicia social y bienestar colectivo que las administraciones públicas lanzan para justificar su expansión. Esta falsa filantropía favorece el aprovechamiento en interés propio de los que poseen el poder o se benefician de su proximidad. Reclamando permanentemente a las administraciones que nos asistan, estamos otorgándoles la coartada para su engorde y cebamos la corrupción potencial que acompaña al poder. Así que cuanto menos dinero permitamos en manos públicas, menos oportunidades para ser malversado después en ayudas, subvenciones, subsidios, becas y contribuciones variopintas de difícil control.

El dinero, mejor en el bolsillo de cada uno. Porque desde la ministra Carmen Calvo, ya sabemos cómo algunos entienden el dinero público: aquél que no es de nadie. Y si no es de nadie, nadie puede reclamarlo. Así nos roban.