Alfonso Ussía
Miguel Ángel Aguilar
«El País», el periódico ideado y creado por Manuel Fraga Iribarne, tuvo dos directores antes de nacer. Darío Valcárcel y Carlos Mendo. Fraga era un personaje leal, bronco y duro, pero toda su arquitectura de hierro se fundía con el halago. Juan Luis Cebrián, que dirigía «Gentlemen», una de esas publicaciones de lujo que aparecen en los quioscos con el único fin de desaparecer de ellos, viajó a Londres, donde Fraga habitaba en la gran plaza de Belgravia como Embajador de España. Y lo entrevistó. Dedicó a Fraga decenas de páginas con una entrevista cordial, embaucadora y generosa. Más que una entrevista, aquello se asemejó a un suave y relajante masaje epidérmico. Y Fraga decidió –no Polanco, que se lo encontró hecho– que el director de su periódico «El País» fuera Juan Luis Cebrián.
Grandes y pequeños han padecido las rabietas falangistas de Cebrián, que también se ganó la amistad y el apoyo de Jesús Polanco, otro falangista renegado. Entre los grandes, Santiago Amón, José Luis Martín Prieto, y ahora, Miguel Ángel Aguilar, allí instalado desde que se fundó «El País». También, inesperadamente, fue expulsado el dibujante Máximo San Juan, que se quedó en la calle y le debe –aunque su familia se resista a la gratitud– a Antonio Mingote su incorporación al «ABC». Caído Máximo, Antonio –Toño– Fraguas, «Forges», ocupó su espacio con menos esnobismo intelectual y mayor aceptación, aunque siempre sesgado. Máximo era un artista tostón y «Forges», un gran retratista de su tiempo. No me olvido de Maruja Torres, que, en un arranque de coraje y dignidad, abandonó «El País» por sus extraños vaivenes ideológicos.
Santiago Amón se enfrentó, como José Luis Martín Prieto, muy pronto a Cebrián. Amón, con una alforja rebosada de hijos, encontró el cobijo y la gloria –su mujer–, gracias a Manuel Martín-Ferrand, y el gran MP –Martín Prieto– regaló su talento a «El Mundo», a «Protagonistas» –Luis Del Olmo–, y finalmente, a «La Razón», donde en la actualidad habita y nos enorgullece de ello.
Miguel Ángel Aguilar también ha sido expulsado por Cebrián. Una opinión disidente ha precipitado la patada. No he coincidido mucho con las ideas de Miguel Ángel, pero lo he seguido por mi devoción al talento. Por otra parte, su extraordinaria mujer, Juby Bustamante, se fue apagando poco a poco en los brazos de Pili, mi mujer, en el «Hospital de Día» de «La Luz». Miguel Ángel Aguilar es culto, insoportable, sesgado, centrado, magnífico y siempre divertido desde su hondo sentido del humor. Un gran periodista con la amnistía de parcialidad que concede el talento. Y sobre todo, Miguel Ángel Aguilar ha sido una de las columnas fundamentales de un diario poderoso que nació del franquismo renovado y confundió a la sociedad con sus incoherencias estratosféricas. Era soviético en sus editoriales –Javier Pradera, otro falangista abrumado– y el más conservador y banquero en sus páginas económicas. Se consideró, y bien considerado, como el «Periódico Gubernamental» del PSOE, según acuñación de Luis María Ansón.
Más tarde, y también por su talento y respeto a la libertad de expresión, perdió a Hermann Tertsch, que se jugó la nuca por su periódico en innumerables ocasiones, y el propio Polanco decidió su precipicio, que, por fortuna, no terminó con Hermann.
Pero Miguel Ángel Aguilar, al menos por el respeto que merece la lealtad y la permanencia en el puente de mando, parecía intocable. Y no. Aquí no se trata de derechas ni de izquierdas. El socialismo y el fascismo son hermanos. La gente no se entera. Un fascista avergonzado es igual que un comunista camuflado. Y al revés. Y Miguel Ángel, con su enorme talento, sabiduría, jodido sectarismo –como el mío–, y dignidad profesional, ha sido expulsado de su casa por emitir una opinión que no ha considerado oportuna la dueña de la pensión. El problema es conocer la identidad de la dueña. Si Juan Luis Cebrián o Soraya Sáenz de Santamaría.
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