Pactos electorales
Milán, Moncloa y los detalles
Decía Einstein que «Dios no juega a los dados» sosteniendo su teoría contraria a la mecánica cuántica de que nada en el universo ocurre por azar, muy al contrario todo obedece a un orden en las reglas físicas que el genio científico supo plasmar en la teoría de la relatividad. Cuando escuchamos afirmaciones como «sólo puede quedar uno» en el duelo por la hegemonía de la izquierda que puede ver sentencia en las elecciones del «26-J» o «última oportunidad» para Sánchez, –La Moncloa o la nada– y otros «duelos políticos» bajo el sol y cuando se contempla la nueva final madrileña de Champions como una oportunidad de revancha que puede sin embargo acabar en burla del destino, es cuando se nos muestra en toda su vigencia la frase de Einstein. Nada ocurre por mera casualidad.
Hace dos temporadas se daba una históricamente inédita final europea entre dos equipos de la misma ciudad –lo más cercano había sido algún aislado precedente de clubes del mismo país–. Nadie habría imaginado y menos apostado por una repetición de ese choque con los mismos protagonistas antes de pasar al menos unas cuantas décadas, tal vez nunca. Sin embargo, ha llegado tan sólo dos años después. Nadie podía tampoco imaginar, ni siquiera hace unos meses, cuando se barruntaba el final del bipartidismo y el advenimiento de chubascos políticos, que íbamos a vernos abocados seis meses después a toda una repetición de elecciones.
En ninguno de los dos casos los dioses han mostrado una especial querencia por frecuentar casinos, no ha habido piruetas del destino. España se ve abocada a una nueva cita con las urnas con la consiguiente campaña electoral que añadiendo el «pre» ya martillea desde este fin de semana, y eso ha ocurrido por una confluencia de factores entre los que han prevalecido el egoísmo de siglas, el tacticismo y la mezquindad, eso ha sido todo. De igual manera que la llegada a la cita de Milán con el recuerdo aún fresco de Lisboa es el fruto de un trabajo y talento en unos y talento y trabajo en otros –importa el orden–, que sólo serán valorados en toda su magnitud con la perspectiva de los años, esa misma que por cierto también dirá «yo vi jugar a aquel Barça de Messi».
De aquí a los «26-J» y «28-M» citas con las urnas, con Milán y con el destino escucharemos de todo, pero con independencia del resultado final, nos conformaríamos con una campaña menos arrabalera y más didáctica en un caso y en el otro, puestos a elegir, con ahorrarnos el espectáculo de hincha de fondo sur que algún ex presidente nos brindó hace un par de años en el palco de Lisboa. Fútbol y política tienen mucho en común; precisamente el Milán fue camino entre ambos conceptos durante años de la mano de Berlusconi, pero coinciden sobre todo en la importancia de los detalles, esos que deciden un gol en el último minuto o los que por un puñado de votos según dónde y con qué participación pueden decidir La Moncloa.
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